¿Catedrales o panqueques? Del zapping a la contemplación

Hace diez años recuerdo haber leído una nota titulada: “Catedrales y panqueques”. Título llamativo y atractivo a la vez. El autor ensalzaba a la educación que profundizaba en los contenidos, que ayudaba a la edificación de la persona en sus diferentes aspectos y a poder reflexionar elaborando un pensamiento propio: es la catedral, alta, compleja, con detalles en su interior, que lleva su tiempo en edificarse. Por otro lado, sin criticar negativamente a la tecnología, reparaba en la cultura generada con el avance de la misma, con mayor acceso a contenidos pero sin lograr aquella profundización en los temas: es el panqueque, de superficie extendida pero de poco espesor, chato, sin altura.

Diez años después, tomo prestadas estas imágenes para reflexionar en nuestro modo de vivir. Más bien, en nuestro modo de ser y de seguir construyéndonos como personas. La tecnología avanzó mucho más en estos últimos diez años, especialmente en el ámbito de las redes sociales. Manejamos un modo distinto de comunicarnos y de vivir. ¿Cuántos mensajes, fotos y videos vemos en un día por WhatsApp? ¿Cuántas historias y publicaciones de Instagram o Facebook? ¿Cuántos tweets? Muchos… Pasamos y pasamos historias… Leemos mensajes, textos, descripciones… Foto de acá, video de allá… Adelantamos, retrocedemos… Pero, ¿les prestamos verdaderamente atención? ¿No es real que cada vez soportamos menos tiempo en mirar un video o en leer un texto? Hacemos lectura rápida de un mensaje, de una descripción en una publicación, o de un artículo como este (quizás alguien empezó a leer y ni llegó hasta acá…)

Ahí está el riesgo de «ser panqueques», quedarnos en la superficie, no poder profundizar y ser chatos, sin echar raíces en aquello que la vida nos va ofreciendo. El riesgo más grande es que este modo de vivir nos lleve a hacer zapping con nuestra propia vida.

¿Cuál es la propuesta entonces? Ser contemplativos. Que lo que nos sucede, lo que vemos, lo que escuchamos, no pase inadvertido. Detenernos, mirar en profundidad, escuchar con agudeza. Ya Jesús nos advertía usando las palabras de Isaías: “Por más que oigan, no comprenderán, por más que vean, no conocerán. Porque el corazón de este pueblo se ha endurecido, tienen tapados sus oídos y han cerrado sus ojos” (Mt 13,14-15). En el fondo, el peligro es que nuestro corazón se cierre ante las necesidades de los demás y ante nuestra propia realidad, y queramos cajonear, poner bajo la alfombra, lo que realmente importa, hacer como si estuviera “todo bien”. ¡Que no se nos pase el tren de la vida!

Propongo, entonces, a María como modelo de mujer contemplativa: «Ella guardaba y meditaba en su corazón las cosas que le sucedían» (cf. Lc 2,19). Cuando el ángel Gabriel le avisa que Dios la llama a ser la madre de Jesús, escucha, pregunta, y sin entender del todo, se pone a su servicio: “Yo soy la servidora del Señor…” (Lc 1,38). Está atenta a las necesidades de los demás, como cuando se entera que su prima está embarazada y en seguida se pone en marcha recorriendo más de 100 kilómetros (cf. Lc 1,39); o como en las bodas de Caná, cuando se da cuenta de que falta vino y entonces llama a Jesús (cf. Jn 2,3). En silencio, simplemente está, como al pie de la cruz (cf. Jn 19,25).

Si prestamos atención… si, precisamente, somos contemplativos, nos damos cuenta de que a María la acompaña una actitud de fondo: la confianza. Es su motor, su impulso, su sostén. Porque para poder profundizar en la vida hay que saber confiar. Aprendamos, entonces, de Ella, que no hace zapping con su vida ni con la del otro, sino que observa, medita y obra en consecuencia. No seamos “panqueques”, construyamos nuestra “catedral” interior confiando en que Dios también nos acompaña en la vida.

No sea que nos suceda lo que ya también nos advirtió Jesús: “Todo el que escucha las palabras que acabo de decir y las pone en práctica, puede compararse a un hombre sensato que edificó su casa sobre roca. Cayeron las lluvias, se precipitaron los torrentes, soplaron los vientos y sacudieron la casa; pero esta no se derrumbó porque estaba construida sobre roca. Al contrario, el que escucha mis palabras y no las practica, puede compararse a un hombre insensato, que edificó su casa sobre arena. Cayeron las lluvias, se precipitaron los torrentes, soplaron los vientos y sacudieron la casa: esta se derrumbó, y su ruina fue grande” (Mt 7,24-27).

Que podamos ser sensatos y edificar sobre roca, viviendo el Evangelio de la alegría de las cosas pequeñas y el de la cruz al hombro. No hagamos “zapping” con la vida, o como dijo el papa Francisco, «no balconeemos la vida, métamonos en ella, como hizo Jesús»: seamos contemplativos, como María.

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