Hace unos días visité a una señora que había sido operada semanas atrás y me contaba sobre la historia de su operación. En eso, me dice que ella no pensaba entrar al quirófano sin antes recibir la unción de los enfermos, sacramento que terminó recibiendo el día anterior, y que tampoco lo iba a hacer sin antes recibir a Jesús en la eucaristía el mismo día, antes de ser intervenida. Esto resultaba una complicación práctica. ¿Cómo hacer? Entonces, la señora le dijo a una ministro de la eucaristía amiga: “¡Hay que secuestrar a Jesús!”. Debía buscarlo en el sagrario el día anterior y, además, al estar en ayunas, su amiga tenía que partir la hostia en un pedacito muy muy chiquito y recién ahí dárselo.
La fe de esta señora me impactó. Y esa frase me quedó resonando: “¡Hay que secuestrar a Jesús!”. Es que, creo, dice mucho… habla de su fe, una fe que está en el primer lugar en la vida, que trasciende ciertos esquemas, que es familiar en el trato con Jesús…
«Una fe que está en primer lugar en la vida, que trasciende esquemas»
Hay muchos testimonios en el Evangelio de mujeres y hombres que con una frase dicen mucho: «Con sólo tocar su manto quedaré curada» (Mc 5,28). «Señor, no soy digno de que entres en mi casa; basta que digas una palabra y mi sirviente se sanará» (Mt 8,8). «¡Y sin embargo, Señor, los cachorros comen las migas que caen de la mesa de sus dueños!» (Mt 15,27). También están aquellos que sin decir palabras son puro acto de fe: «Entonces una mujer pecadora que vivía en la ciudad, al enterarse de que Jesús estaba comiendo en casa del fariseo, se presentó con un frasco de perfume. Y colocándose detrás de él, se puso a llorar a sus pies y comenzó a bañarlos con sus lágrimas; los secaba con sus cabellos, los cubría de besos y los ungía con perfume» (Lc 7,37-38)
¿Cuáles son las respuestas de Jesús ante estas frases y situaciones? «Hija, tu fe te ha salvado. Vete en paz, y quedas curada de tu enfermedad». (Mc 5,34) «Al oírlo, Jesús quedó admirado y dijo a los que lo seguían: “Les aseguro que no he encontrado a nadie en Israel que tenga tanta fe”» (Mt 8,10) «Mujer, ¡qué grande es tu fe! ¡Que se cumpla tu deseo!» (Mt 15,28). «Tu fe te ha salvado, vete en paz» (Lc 7,50)
«Dar un salto de confianza dejándonos atrás a nosotros mismos»
Jesús valora la fe, más allá del modo de expresarse, más allá de nuestra condición, ¡más allá de todo! Jesús capta lo más profundo del corazón. Y podemos preguntarnos… ¿Por qué? ¿Para qué la fe? ¿No sería más fácil que Jesús se manifestara de un modo más evidente? ¿No sería todo más fácil? Puede que sí, puede que fuera todo más fácil. Pero no lo estaríamos eligiendo con tanta libertad. Puede que no tuviéramos crisis de fe. Pero no podríamos dar un salto de confianza tan grande. Puede que todo el mundo supiera entonces que Jesús existe y que es Dios. Pero, entonces, no podríamos amarlo tanto. ¡Y no! Porque en la medida en que podamos elegir libremente, en la medida en que podamos dar un salto de confianza dejándonos atrás a nosotros mismos, vamos a poder amar más. “No hay amor más grande que dar la vida por los amigos” (Jn 15,13). Y damos la vida eligiendo libremente a nuestros amigos y muriendo a nosotros mismos. Vamos a amar más a Jesús si lo elegimos como nuestro amigo y si ponemos nuestras vidas en sus manos, dejando atrás nuestros miedos e incertidumbres. Jesús quiere que tengamos fe para que podamos amarlo con mayor plenitud.
Pensemos, en este camino cuaresmal que empezamos: ¿cómo está nuestra fe? Esa fe auténtica, la que se demuestra con actos, como la de esta señora, como la de los personajes del Evangelio. ¿Nos la jugamos por Jesús? ¿Lo ponemos en primer lugar en nuestras vidas? ¿De qué manera lo demostramos? No demos vueltas, no nos justifiquemos ¡Corta la bocha!
Pidámosle a Jesús, como los discípulos, que nos aumente la fe (cf. Lc 17,5). Y tengamos la creatividad de esta señora que se la jugó para “secuestrar a Jesús”.
Que lindo «secuestrar a Jesús y que no se vaya más»
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