Religión proviene del latín “religare” que significa unir. La unión de la humanidad ha sido y es una de las propuestas más importantes para dar sentido a la vida. César González Trejo nació en 1962. Sus padres decidieron no bautizarlo y aunque su madre practicaba la religión en la intimidad de su hogar, su padre no era creyente. Sin embargo, a sus 19 años, sentía un punto de conexión con Dios: la inmortalidad. Cuando uno es joven, admite, “la muerte es algo que no se tiene en cuenta, o al menos, se ve muy lejana”.
Ir a la guerra de Malvinas lo familiarizó con la muerte. “En un breve lapso tuvimos que acostumbrarnos a la idea de que éramos mortales”, e incluso a sentir que la muerte estaba “cada vez más próxima”. “Conmoción”, es la palabra que usa el exsoldado para definir el sentimiento que surgió en él y en sus compañeros ante esa cercanía con la muerte cada vez más palpable. Y la respuesta, casi automática en esa circunstancia extrema, fue acercarse a Dios.
“En un breve lapso tuvimos que acostumbrarnos a la idea de que éramos mortales”.
La convocatoria a Malvinas llegó a la casa de González Trejo el 9 de abril de 1982. El año anterior, había culminado el Servicio Militar. “Yo sabía que iba a un enfrentamiento. De camino al cuartel, me fui despidiendo de las calles de mi barrio… pensaba que quizás no las iba a volver a ver. Mi función en las islas fue en la enfermería, como auxiliar camillero”, relata.
Los primeros días en las Malvinas, recuerda, el capellán castrense, monseñor Roque Puyelli, les acercó rosarios a los soldados que estaban en la trinchera. Esos rosarios, reconoce Trejo, no sólo fueron fundamentales sino “quizá el elemento más importante que tuvimos”, junto con la compañía de los capellanes. En ese contexto, los soldados experimentaron una espiritualidad que tuvo distintas manifestaciones. En el caso personal del soldado González Trejo, afirma, “comprendí realmente el concepto de religión desde su etimología: religare”.


“Cuando uno se ocupa de los demás se olvida de sí mismo”
En las Islas, el soldado González Trejo tuvo la tarea de asistir a sus compañeros, circunstancia que, considera, lo condicionó para bien. “Me permitió estar moviéndome por varios lados. Cumplí una función de enfermero, un poco psicólogo y acompañante terapéutico espiritual”, enumera. “Cuando uno se ocupa de los demás, se olvida de sí mismo”, afirma.
«Los rosarios: el elemento más importante que tuvimos en la trinchera«.
En medio de una conversación entre un oficial y un suboficial, un día antes de que comenzaran los combates, por error o por fortuna, el soldado escuchó que aseguraban que no iba a haber conflicto. En ese momento, se atrevió a intervenir, opinando que los ingleses “iban a venir igual”. Su comentario despertó la bronca del oficial, quien como castigo lo envió a los peores lugares de combate, donde existía mayor peligro.
Lo que parecía una maldición, reconoce, fue una bendición: “Me mandaron con los dos soldados de peor comportamiento del regimiento y pensé que estaba en el peor lugar, pero cuando llegué me preguntaron: ‘Che Trejo, ¿vos sabés rezar?’”. Así fue que este soldado, junto con sus dos compañeros de mala reputación, comenzaron a rezar el padrenuestro. Fue allí que comprendió el sentido de la palabra religión: “Yo me estaba ligando, o religando con Dios gracias a los que se consideraban los dos peores del regimiento”. Esta y otras experiencias, valora, “hicieron que luego consolidara mi fe”.
«Nuestro combate sigue vigente con las armas que nos ofrece la paz«.
Ese papel que le tocó en las Islas, afirma César, “lo reproduje y quiero sostenerlo hasta hoy”. En ese entonces, recuerda, “en plena situación de incertidumbre sobre nuestra supervivencia, me prometí ‘no darle bola’ a cuestiones superfluas y valorar lo que tiene valor”. Esa fue la promesa que se hizo a sí mismo al regresar de las Malvinas y que se materializó apenas unos meses después, en agosto del ’82, en el primer centro para excombatientes. En el acta fundacional, entre otros puntos, podía leerse: “Recordar en forma permanente a los compañeros caídos, tratar de dar respuesta a los temas sociales que la guerra había perjudicado y al tema del trabajo y la atención en salud”.
“Nosotros nos definimos como exsoldados, no como excombatientes, porque seguimos combatiendo por la restitución de la soberanía plena, la justicia social, la solidaridad, pero ahora combatimos con otras armas. Las armas de la fe, de la prédica, nuestra palabra, nuestro ejemplo. Nuestro combate sigue vigente con las armas que nos ofrece la paz”, sostiene.



“Nos salvó la Virgencita”
La presencia de la Virgen durante la guerra tiñe los testimonios de muchos soldados argentinos, que recuerdan la compañía espiritual de aquellos rosarios, los momentos de oración, la presencia de los capellanes. Sin embargo, la historia del suboficial retirado del Ejército Argentino Rubén Marchetti, tiene un tinte especial. “Nos salvó la Virgencita”, afirma, al recordar la noche del 23 de mayo, cuando dos fragatas inglesas atacaron al ARA Monsunen, buque que le tocó acompañar durante la Guerra de Malvinas.
La voz del capitán al grito de «Alerta amarilla: se aproxima un helicóptero enemigo» vuelve a su mente después de 38 años, para recordarle aquel duro momento en el que, mientras intentaba dar tranquilidad a su soldado, pensaba en la carga peligrosa que llevaban, y en que si un proyectil enemigo tocaba el navío, no sobrevivirían a la explosión.
“Era una noche clara, el mar estaba sereno, se veían los cerros en el horizonte. Al ver llegar el helicóptero, abrimos fuego. Y comenzó el combate de Caleta Foca”, relata. “Dos fragatas inglesas nos habían interceptado. Aprovechando que por nuestra misión éramos bienvenidos en todos los regimientos, querían capturar al Monsunen e ingresar con nosotros. El helicóptero se desplomó en el agua y el comandante del navío decidió ir hasta la costa. En ese momento, las fragatas abrieron fuego hacia nosotros con bengalas y misiles”, recuerda.
“El enemigo disparó cuatro cañonazos. Fueron como cuatro bolas rojas que formaron una escalera en el aire. El destino, según la curva, era nuestro barco”, detalla. Pero en ese instante, en el cielo, junto a los proyectiles y como en una nube, el soldado vio la imagen de la Virgen de Luján: “Era una aureola celeste y la Virgen. Se iluminó la noche por un momento, los proyectiles comenzaron a perder fuerza y cayeron a unos 50 o 60 metros de nosotros”, cuenta.
“Era una aureola celeste y la Virgen. Se iluminó la noche por un momento y los proyectiles comenzaron a perder fuerza».
“El capitán llevó el barco hacia unas rocas y dio la orden de abandonar el buque. Armamos una balsa autoinflable y, bajo fuego enemigo, huimos”. Eso les permitió escapar del campo de combate, nadando hacia la costa. En el momento de la huida, algunos compañeros resultaron heridos. Al tiempo, las fragatas se retiraron. “A la mañana siguiente, volvimos a la costa y el Monsunen seguía ahí, con el motor en marcha, esperándonos. Recuperamos el buque y regresamos a Puerto Argentino”, recuerda el soldado y destaca el apoyo de la Virgen para que la tripulación del Monsunen regresara invicta.
Décadas más tarde, Marchetti se encontró en Mar del Plata con el capitán del ARA Monsunen, quien tenía una pregunta para hacerle: “¿Vos también la viste? Esa noche nos salvó la Virgencita”. Como agradecimiento, cuando volvió a Malvinas, recogió tierra de las Islas y se la llevó como ofrenda a la Virgen a la basílica de Luján.



¿Qué es ser un héroe?
“Héroes”. Así los define la sociedad, así los nombran en cada homenaje. Nuestros héroes de Malvinas, el reconocimiento que no sabe de grietas. Pero, ¿qué es ser un héroe? “La heroicidad no es empuñar un arma para matar a otro o enfrentarse a la muerte. La heroicidad es dar la vida por los hermanos”, señala González Trejo.
«La heroicidad es dar la vida por los hermanos«.
“El héroe no es el personaje de Hollywood que se enfrenta con súper poderes. El héroe es quien encarna la virtud. La virtud de la solidaridad con el prójimo, el amor hacia los demás, el ser honesto, no robar, es todo lo que nos dicen los mandamientos, y la suprema virtud, de nuestro Señor Jesucristo, es dar la vida por los demás”, continúa definiendo el exsoldado.
“Nuestros soldados caídos dieron la vida por nosotros, dieron la vida por amor a la Patria. Y la Patria es una realidad. Desde ese momento tiene un sentido mucho más profundo y real, que es el que queremos compartir. Si esto se pierde en el corazón de las nuevas generaciones, entonces no va a haber Patria y dejaremos de ser un país soberano, de ciudadanos y patriotas que la defiendan”.
Esa espiritualidad que comenzó durante la guerra, con los rosarios que les repartió monseñor Puyelli, “el arma espiritual más importante”, se arraigó en ellos y tomó luego la figura de la Virgen, con cuya imagen los exsoldados realizaron peregrinaciones por todo el territorio argentino. En 2019, recuperaron una imagen de Nuestra Señora de Luján que había acompañado a los soldados en la guerra y que permaneció 37 años en una catedral inglesa.
“La inmensa mayoría de los exsoldados sentimos esa espiritualidad y gracia divina. Aunque suene extraño, comparto la opinión de un gran soldado, un suboficial que dijo: ‘La guerra de Malvinas fue una bendición para la Argentina’”, reconoce César. Y aunque admite que es raro que algo tan terrible como una guerra, que se lleva vidas pueda resultar una bendición, destaca que la Argentina extravió su camino durante muchos años de ser nación, de ser Patria. “En Malvinas, la bendición, a pesar de la tragedia de la guerra, consiste en haber recuperado por un instante nuestra verdadera condición”.
“La idea de Dios y de Patria es un conjunto. No puede haber Patria sin Dios ni Dios sin Patria. Porque quien no ama a su tierra profundamente y no se siente arraigado con la creación divina en su cultura tampoco puede tener un amor genuino hacia Dios”, asegura.
«La única reconciliación posible y efectiva es el amor, la justicia y la equidad».
César piensa que “los pueblos naturalmente buscan la paz y quieren lo mismo”. A pesar de las diferencias culturales y espirituales con el pueblo británico, no los considera enemigos. “El bien y el mal se disciernen negando el mal. El enemigo no se combate con el odio, se combate convirtiendo el enemigo en amigo y para eso debemos reafirmar el bien y el amor”.
“Nos vamos a reconciliar el día que nos devuelvan las Malvinas y reconozcan sus crímenes de guerra. Los voy a considerar amigos el día que haya una situación de justicia. Si quieres la paz, lucha por la justicia”, dice al recordar las palabras de Pablo VI. “La única reconciliación posible y efectiva es el amor, la justicia y la equidad. Ese es el mensaje original que nos dieron nuestros próceres, que pusieron bajo la protección de la Virgen a nuestra Patria”, concluye.

Maravillosa y emocionante la nota, y el milagro de la Virgen conmovedor
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