Así empieza una canción de “Los Tipitos” (que se llama “Silencio” 🙃). Muchas veces nos pasa que queremos un rato de paz, de silencio, de armonía… pero no lo encontramos. A lo mejor llegamos a encontrar un lugar que nos ayuda un poco, pero nuestro interior, nuestros pensamientos, nuestro corazón siguen estando en otra sintonía y no logramos encontrar eso que quizás tanto anhelamos y buscamos. Digo quizás porque, a lo mejor, no lo buscamos tanto y no se nos pasa por la cabeza el hacernos un tiempo para tener estos ratos personales. En esta cuarentena, probablemente se te haya presentado la oportunidad de hacer silencio, pero quizás la quisiste rellenar con otras cosas… Sea como sea, a fin de cuentas, siempre termina habiendo “algo más importante que hacer”. Y en el fondo, creo que nos engañamos. Nos decimos que este espacio puede esperar y termina muchas veces en el olvido…
¿Tiene sentido hacer silencio?

En primer lugar, es bueno encontrarle un sentido. Si todavía pensás que no es tan importante, pueden venir bien estas líneas… Te propongo tres miradas distintas:
- Una más filosófica 🤓: «El silencio es el único amigo que jamás traiciona«, decía Confucio. Hay una sabiduría en ese silencio… Diógenes el Cínico afirmaba: “Callando es como se aprende a oír; oyendo es como se aprende a hablar; y luego, hablando se aprende a callar.» Alto ciclo de eterno aprendizaje, ¿no? Te dejo una más de Curcio, un historiador de los primeros siglos: «Los ríos más profundos son siempre los más silenciosos». Nos puede tirar una línea de que el silencio viene bien para cimentar nuestras raíces.
- Por otro lado, una bíblica 📔: Dios le dice al profeta Elías que se quede de pie en la montaña… “Y en ese momento el Señor pasaba. Sopló un viento huracanado que partía las montañas y resquebrajaba las rocas delante del Señor. Pero el Señor no estaba en el viento. Después del viento, hubo un terremoto. Pero el Señor no estaba en el terremoto. Después del terremoto, se encendió un fuego. Pero el Señor no estaba en el fuego. Después del fuego, se oyó el rumo de una brisa suave. Al oírla, Elías se cubrió el rostro con su manto, salió y se quedó de pie a la entrada de la gruta. Entonces le llegó una voz…” (1 Re 19, 11-13). Nuestra fuente de paz es Dios. Y Dios habla en el silencio, en una suave brisa… Quizás queremos encontrar esa paz, queremos escuchar a Dios, pero nuestra vida está un poco alborotada. Va a ser difícil encontrarlo y escucharlo así. Para eso, aquietar el corazón…
“Silencio de los ojos, silencio de los oídos, silencio de la boca, silencio de la mente… en el silencio del corazón Dios habla”.
Santa Teresa de Calcuta
- Y una desde la experiencia de Dios 😇: La Madre Teresa de Calcuta decía: “Silencio de los ojos, silencio de los oídos, silencio de la boca, silencio de la mente… en el silencio del corazón Dios habla”. Se trata de ir al corazón donde Dios habita… San Juan de la Cruz también sostenía: «Olvido de lo creado, memoria del Creador; atención a lo interior y estarse amando al amado.» ¿Cuántas veces el mismo Jesús se retiraba a la montaña a orar a solas al Padre en silencio? Y especialmente antes de tomar una decisión importante…
«Pero Me cuesta un montón organizarme»

Supongamos que entendimos que el silencio juega, que es importante… Entonces, hay que ponerlo como prioridad en nuestra vida. Pero nos pasa que muchas veces sabemos qué cosas queremos para nuestra vida, qué es lo que nos hace bien, y terminamos eligiendo otras menos importantes o, incluso, que no nos hacen bien. El padre Arrupe, un jesuita, decía: «Es difícil el silencio. Hay que experimentarlo periódicamente para lograr el reencuentro de la persona que somos: centro de decisiones.» Vivimos eligiendo. Y hay que renovar esa elección. Es cuestión de, día a día, decidirse por lo que queremos, sin impacientarnos, pero con decisión firme.
Si esta cuarentena nos tiene más desorganizados todavía, es hora de activar e intentar ir dando pasos para ordenarnos y que esas prioridades se cumplan en nuestra rutina. Pero vas a ver que, haciendo un poco de silencio cada día, la cosa se va a ir ordenando casi automáticamente. Es una consecuencia, un fruto del silencio…
Un método: la oración centrante
Ahora sí, supongamos que creemos en la importancia del silencio en nuestra vida y nos decidimos a buscar el momento y el espacio para él. Probamos, intentamos estar en silencio, nos esforzamos por encontrar la paz, pero no paramos de pensar en otras cosas, nos acordamos de que tenemos que hacer algo y nos dan ganas de hacerlo YA. Sentimos que nuestro corazón está disperso, está agitado y no estamos tranquilos. Bueno… ¡Tranqui! (Je! 😬) Hay que ir despacio, con paciencia y sin perder la esperanza de que vas a poder encontrar ese silencio y llegar a estar en paz.

Te propongo un método que te puede ayudar: se llama oración centrante. ¿Qué es esto? Es un modo de rezar, un medio para alcanzar ese propósito. No es absoluto, no es el único ni es el mejor. Es un método más, propuesto por Thomas Keating, un monje yankee, pero creo que este, en particular, puede servir. ¿En qué consiste? Primero, agarrá el celular, ponelo en silencio y cronometrá 20 minutos. Sí, 20 minutitos. ¡No es tanto, che! Es un capítulo de Friends, de Los Simpsons o alguna otra serie 😏… Ahora ponete cómodo, sentate y cerrá los ojos. Buscá una palabra corta que te identifique, de no más de dos sílabas en lo posible (por ejemplo, Jesús, amor, paz, Dios, fe, Padre, Madre…) y la vas a ir repitiendo. Una y otra vez…
Hasta acá podría parecerse a un mero ejercicio de tipo oriental, de respiración y eso… Pero es mucho más. Porque se trata de volver al corazón y, mediante esta palabra que elegiste, encontrar a ese Dios trino que habita ahí y entrar en esa comunión de amor. A veces nos olvidamos de que Dios mora, que vive en nosotros o, como dice San Pablo, que somos “templo de Dios” (1 Co 3,16). Por eso, este método trata de volver al centro de nuestra vida, que es Dios, una y otra vez. De ahí su nombre: oración centrante. Nuestra tarea es consentir, es decir sí a esa presencia y a esa acción de Dios en nuestro interior.
Se trata de volver al corazón y, mediante esta palabra que elegiste, encontrar a ese Dios trino que habita ahí y entrar en esa comunión de amor.
Dios es el que nos regala la verdadera paz, el que nos invita a escucharlo en el silencio (recordá lo de Elías), el que nos lleva a la verdad. Solo volviéndonos a Él vamos a poder alcanzar estas cosas. Si la mente se va para otro lado, cuando te des cuenta, repetí la palabra y volvé al corazón. Una y otra vez. Con paciencia. Es un hábito. No busques tanto si te sentiste bien o no. Hay que darle tiempo y, para eso, hay que intentar ser fieles a esos 20 minutos. En lo posible, hacelo todos los días. Y si llegás a tener este rato 2 veces al día, golazo al ángulo. Pero sea cual sea el tiempo que elijas, intentá serle fiel con todo tu esfuerzo. Confiá en el método. O sea, confiá en que Dios está en tu interior y te llama a encontrarlo en el silencio.
Nuestra tarea es consentir, es decir sí a esa presencia y a esa acción de Dios en nuestro interior.
Esto, como te decía, te va a servir para la vida en general. Porque no vas a encontrar únicamente la paz cuando hagas esta oración, sino que también va a ir prevaleciendo a lo largo del día. Porque Dios sigue habitando en tu corazón, no se va nunca. Y esta oración nos lo recuerda y nos hace volver a esa presencia.
El desafío: ser fieles
Como decía el padre Arrupe, no es fácil hacer silencio 🤫. Y menos en este tiempo en el que estamos desbordados de ruidos exteriores (tanto auditivos como visuales). Lo que más nos puede costar es precisamente hacernos el hueco, tomarnos estos 20 minutos. Hacelo por vos. Hacelo por Dios. Hacelo por los demás. En los tres ámbitos vas a encontrar frutos. Vos vas a estar en paz, a Dios le va a gustar que le dediques ese tiempo, los demás van a recibir un mejor trato de tu parte. Si no elegís este método, no importa, no te olvides del fin: el silencio, en el que habita Dios; la paz, que la regala Él. Te dejo una última frase que te puede servir de motivación, aunque puede ser un poco dura (pero no menos verdadera). La dijo San Juan Pablo II: “Quien dice que no tiene tiempo para rezar, lo que le falta no es tiempo, lo que le falta es amor”. ¡Chan! ¡Gancho a la pera! Te lo avisé… ¡Pero cuánta verdad! Hay que asumirlo: muchas veces no nos falta tiempo, nos falta amor. Y te diría que amor en los tres sentidos: a vos mismo, a Dios y a los demás. Y como no amamos bien (en las tres dimensiones) terminamos eligiendo mal.
Sigamos aprovechando este tiempo de cuarentena para generar los hábitos que queremos en nuestra vida para que, eligiendo lo que creemos que es bueno, podamos amar más y mejor cada día. Y, ojalá, ese Silencio que no es silencio se transforme en verdadero Silencio que es silencio habitado.
(Si querés saber más sobre la oración centrante, entrá a este link)
Un comentario sobre “Silencio que no es silencio”