Durante muchos años viví a 3 cuadras de una parroquia llamada «Santísima Trinidad», donde vivían los trinitarios (una comunidad religiosa). Ahí cantaban mucho una canción que dice: «En el nombre del Padre, en el nombre del Hijo, en el nombre del Santo Espíritu estamos aquí…». Y en una de las estrofas, dice: «Para alabar, agradecer, bendecir y adorar estamos aquí, Dios trino de amor«. Después escuché otras versiones de la canción que cambian esta frase por «a tu disposición». No sé cuál fue primero, si lo agregaron los trinitarios para darle esta impronta o algún otro la modificó para hacerla más sencilla, ¡je! Sea como sea, lo cierto es que fue una novedad escuchar esta frase: Dios trino de amor.
Si nos ponemos a pensar solo racionalmente esto, es raro, complejo. ¿Dios trino? ¿Cómo entrar en un misterio tan pero tan grande? Creo que hasta genera más dudas que certezas. Solo nos queda escuchar lo que nos fue dado: sabemos que Dios es trino por la Revelación de Jesús. No hay otro modo de entender esto (lo que se pueda llegar a entender). Pero Él mismo nos da una pista: «Yo los llamo amigos, porque les he dado a conocer todo lo que oí de mi Padre» (Jn 15,15). A la vez que nos afirma que nos está revelando un misterio grande nos invita a ser partícipes de eso. Nos llama amigos… y es en esta actitud, la del confidente, en la que podemos conocer más y mejor, a la vez de no quedarse como simples espectadores.
Pero… ¿cómo hacer para formar parte de esa comunión de amor? ¿Se puede en verdad? Voy a aprovechar el recurso de la imagen (para adentrarse en misterios, cualquier arte es buena):

Una manera es dejarnos abrazar por el Amor. Estar en el centro de este Amor que es fuego que abraza, sostiene, consuela y sana. Cada una de las personas divinas con un rol distinto, pero siendo parte de ese mismo círculo (símbolo de eternidad) de amor. Nos viene bien esta imagen, ¿verdad? Especialmente cuando estamos cansados, cuando nos sentimos incomprendidos, cuando nos sentimos solos: aflojarse y dejarse abrazar por el Dios trino de amor.
Otra es saber que Él habita en nuestro corazón. Esa comunión de amor está en nosotros, en nuestro interior. Hace un mes te compartía una reflexión sobre el silencio y la oración centrante. Te decía que se trata de volver al corazón y, mediante esta palabra que elegiste, encontrar a ese Dios trino que habita ahí y entrar en esa comunión de amor. Recordar que la plenitud del amor está en nosotros no es poca cosa. Si nos sentimos una basura, nos dejamos abrazar; si estamos desbordantes de felicidad, nos unimos a este gozo; sea como sea que estemos, las 24 horas, podemos vivir en el amor. Como dice San Pablo: «En él vivimos, nos movemos y existimos» (Hch 17,28).
Una más es compartir la vida. Hay una canción que se llama Dios familia. Ya el título nos dice mucho. Como el amor no puede quedarse encerrado en uno mismo, Dios es uno y tres a la vez. Necesita darse. En esa imagen de Dios familia, también nosotros, compartiendo, podemos vivir ese amor: «Y es que Dios es Dios familia, Dios Amor, Dios Trinidad. De tal palo, tal astilla, somos su comunidad», dice el estribillo de la canción. Somos del mismo corte de Dios, imagen y semejanza suya. Y más allá de que nuestra imagen de familia, por nuestra historia, puede que no sea la mejor, estamos llamados a ser comunidad: común-unidad en el amor, amando y dejándonos amar.
El misterio de la Santísima Trinidad, lejos de asustarnos, es una invitación a contemplar a este Dios eterno, pero a la vez cercano. Es ponernos en el centro del amor. No son los grandes teólogos los que más nos ayudan a adentrarnos en la Trinidad, sino los grandes místicos. Por eso, termino dejándote una oración de Santa Isabel de la Trinidad que, además de ser rezada, nos revela bastante sobre este misterio:
«Dios mío, Trinidad que adoro, ayúdame a olvidarme enteramente de mí mismo para establecerme en Ti, inmóvil y apacible como si mi alma estuviera ya en la eternidad; que nada pueda turbar mi paz, ni hacerme salir de Ti, mi inmutable, sino que cada minuto me lleve más lejos en la profundidad de tu Misterio. Pacifica mi alma. Haz de ella tu cielo, tu morada amada y el lugar de tu reposo. Que yo no te deje jamás solo en ella, sino que yo esté allí enteramente, totalmente despierta en mi fe, en adoración, entregada sin reservas a tu acción creadora»