Los yuyos de mi tierra

Debo confesar que cuando Jesús en sus enseñanzas pone ejemplos de la naturaleza y del campo se me enciende un calorcito en el alma. Es que tengo un cierto gusto por todo lo que tenga que ver con la naturaleza y haberla estudiado en su momento me permite comprender mejor lo que Jesús me quiere transmitir. Es verdad que cuando te ponen ejemplos de tu vida cotidiana para explicarte lo que sea uno entiende rápidamente. Y así eran las enseñanzas de Jesús: sencillas y claras. Nada de vueltas, de mensajes ocultos ni dobles sentidos. Por eso, todos lo seguían y lo escuchaban, porque finalmente entendían cómo es Dios, cómo es que nos ama y cómo es que tenemos que relacionarnos con él. Es el lenguaje de las parábolas, esos cuentos, esas comparaciones que hacía Jesús para que hasta los más sencillos pudieran entender. Es igual que en la misa de niños, que el sacerdote se esfuerza por bajar el mensaje de Jesús a los chicos para que puedan comprender su significado. Entonces todos entienden, no solo los niños, sino también los grandes.

Hay una parábola que últimamente me resuena mucho en el corazón. Es la del trigo y la cizaña, que también podríamos llamar del trigo y los “yuyos”. Es aquella en la que a un sembrado de trigo que tenía el dueño del campo, llega el enemigo y le siembra cizaña, lo cual hará que su cultivo rinda menos y así obtenga menos ganancias. Cuando los servidores del dueño del campo se dan cuenta y quieren arrancarla, el hombre se los impide porque al parecerse ambas plantas corren el riesgo de arrancar también el trigo. Esta parábola nos habla en realidad del misterio del bien y del mal y cómo es que conviven sobre la faz de la tierra y, más lamentablemente, dentro de nuestro propio corazón. De allí viene también la expresión: “¡No siembres cizaña!”.

Para que lo entiendan las nuevas generaciones, es semejante a si te compraras una muy buena computadora y un hacker te mete un virus dentro de ella que la hace mucho más lenta. ¡Algo totalmente desesperante! Lo primero que se te viene es algo como un brote de indignación, una suerte de fuego devorador interno que te consume por la injusticia sufrida y la necesidad extrema de encontrarle una solución. Pero lo peor pasa cuando la llevás al técnico y te dice que es mejor no sacarle el virus porque corrés el riesgo de eliminar buenos programas o dañar el sistema operativo para siempre y que tenés que conformarte con que tu computadora sea mucho más lenta el resto de tu vida. De algún modo esto es lo que nos está transmitiendo Jesús. El mal es parte de nuestra vida y hay que aprender a vivir con él.

Sin duda, la primera reacción que nos viene es la de enfurecernos. Seguidamente, la de buscar desesperadamente una solución. Al no encontrarla viene la negación del problema para luego empezar a hacerle un lugar a través de la resignación para que, finalmente, si Dios te concede la gracia, llegues a la aceptación de la realidad. Es verdad que nadie quiere el mal en su vida. Menos que menos Dios, que creó todo con bondad. Lo hizo por amor y con amor. Pero el mal, que existe en el mundo, también es una realidad que nos afecta.

Cuando uno mira el mundo que lo rodea, es fácil encontrar “cizaña” por todos lados. Una realidad que tal vez no nos afecta tanto hasta que invade nuestro propio terreno y nos empieza a perjudicar. Allí es cuando generalmente reaccionamos. Lamentablemente no es frecuente en el mundo de hoy que las personas se involucren frente a las injusticias que sufren los otros. Más difícil es mirar nuestro propio interior y ver, reconocer y aceptar que también allí hay “cizaña”.

«Nos ayuda a esperar confiados en Dios, que sabrá recoger el buen trigo a su debido tiempo»

Hay dos cosas que me llaman poderosamente la atención. Una es que siempre nos identificamos con el trigo y nunca con la cizaña. Siempre nos ponemos del lado de los buenos y nunca de los malos. Como si fuéramos perfectos. La otra es que solemos decir: soy trigo pero tengo cizaña. Nunca decimos soy trigo y soy cizaña o tengo trigo y tengo cizaña o, menos que menos, soy cizaña pero tengo trigo. Nuestro ser se identifica con el bien: soy trigo. En cambio el mal es algo que tenemos o adquirimos, pero no somos: tengo cizaña. No queremos que el mal, el pecado sean parte de nuestra vida. Y no está mal, pero tampoco es lo que Jesús nos enseña.

Misteriosamente, Jesús nos dice que no está mal todo lo que está en nuestra vida hoy. Que es a su debido momento cuando el dueño del campo cosechará el trigo y quemará la cizaña. Esta parábola nos enseña de aceptación de los límites de la realidad y de tolerancia. Nos quita la carga de la responsabilidad, de echarnos culpas por cosas que no hicimos o que padecimos de quienes ensuciaron nuestra vida con su maldad. Nos hace más humildes y menos severos con la cizaña que descubrimos en los demás. Nos ayuda a liberarnos del agobio de la exigencia o la ansiedad y a esperar confiados en Dios, que sabrá recoger el buen trigo a su debido tiempo.

“Feliz culpa que nos obtuvo tan noble y tan grande redentor”

Pregón Pascual

Lejos está esta parábola de que caigamos en conformismo, en la mediocridad o resignación. El mal es mal y nunca dejará de serlo. Aun así, es un misterio que Dios permite. La única manera de encontrar la paz del corazón es atreverse a mirar la «cizaña» y sobretodo a abrazarla y decirle: «Voy a dejar que estés acá mientras Dios lo permita. No te voy a regar ni a abonar para que no crezcas de más. Sólo voy a esperar a que Dios te saque».

A través del misterio del mal se manifiesta, sin duda, el amor y la misericordia de Dios. Si no hubiera mal y pecado, no necesitaríamos salvarnos y, si así fuera, nunca habríamos conocido a Jesús. En la noche de Pascua cantamos en el anuncio de la resurrección “Feliz culpa que nos obtuvo tan noble y tan grande redentor”. Esta es la luz que brilla en nuestros corazones esperando la última palabra, que siempre es la de Dios. Por eso, como decía San Agustín, nunca nos retiremos porque veamos que hay cizaña, sino esforcémonos en ser nosotros trigo. Del resto se ocupa Dios.

Para terminar, hay una canción muy linda que se llama Los yuyos de mi tierra. También habla un poco de este misterio sobre el cual hoy te invito a rezar. En ella cantamos: “No apures la historia, no arríes tus banderas. Confiá en tus hermanos, como ellos en vos”.

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