Esta semana que pasó la comunidad francesa de Taizé cumplió 80 años de vida. Taizé es una comunidad de monjes que surgió cuando su fundador, el Hermano Roger, llegó desde Suiza con la idea de comprar un terreno para establecer allí una comunidad de hermanos que pudiera vivir el Evangelio orando y practicando la misericordia. Desde entonces Taizé no paró de crecer y, por los insondables caminos de Dios, se convirtió en un lugar de acogida para jóvenes de todas parte del mundo donde año a año miles de ellos van a hacer una experiencia de oración, vida fraterna y servicio. Algunos de los pilares básicos de Taizé son la confianza, la paz del corazón, la simplicidad, la misericordia. Y aquí me detengo. Si querés saber más de Taizé te recomiendo que entres es sus redes sociales y chusmees un poco de qué se trata[1].
¿Por qué traigo a Taizé a este escrito? Porque su forma de vivir el Evangelio irradia la luz de Jesús. No sé si te pasó alguna vez que quisieras tener un botón de “stop” en tu mente para apagarla un rato y dejar de pensar. A mí por lo menos me pasa y son muchas las veces que me descubro en mi vida súper enrollado y mareado con mis pensamientos, vivencias, sentimientos y emociones. Y entonces anhelo sencillez, simplicidad, claridad mental… en el fondo: paz. Cuántas veces la confusión, la infinidad de posibilidades, la falta de límites, la carencia de sentido me marean y me hacen perder. Que nada sea ni mejor ni peor, ni bueno ni malo, que todo pueda llenarte o dejarte vacío hace que pierda firmeza en mi andar.
En esos momentos puede invadirme una oscuridad interior que, como nubes densas, ocupan mi camino hasta dejarme perdido. Y así dejo que mis tinieblas me hablen y que su voz me desespere. Y de repente ahí estoy, sin saber en dónde. Preguntándome cómo llegué allí, en dónde están los que quiero y cómo volver a ese lugar seguro y sereno.
Es ahí cuando me siento invitado a volver a la simplicidad y la sencillez del Evangelio que salvan
Es ahí cuando me siento invitado a volver a la simplicidad y la sencillez del Evangelio que salvan. Un rato de silencio. Contemplar la naturaleza. Un tiempo de oración. Repetir las palabras de amor del Evangelio. Recordar la mirada de Jesús. Escuchar una canción. Todo esto ayuda a apagar la mente y a encender el corazón. Sí, porque en el corazón, en las entrañas de nuestro ser, donde habita Dios, no hay vueltas. Dios es simple, sencillo, sereno. En la mente hay sube-y-bajas, montañas rusas, autopistas urbanas, grandes circos con malabaristas y trapecistas. En la mente hay falta de tiempo, agendas explotadas, problemas a montones, gente demandante, reclamos afectivos, insatisfacción, sensación de nunca ser suficiente…
En el corazón, en cambio, está la paz, el silencio, la confianza, la alegría. Allí habita Dios en su Espíritu. En Él encontramos el amor y la misericordia que no nos abandonan y que nos iluminan desde adentro disipando nuestras tinieblas. Desde allí volvemos a escuchar, una y otra vez, la voz interior que nos dice: «Te he llamado por tu nombre desde el principio mismo. Vos sos mío y yo soy tuyo. Vos sos mi hijo muy amado, mi hija muy querida. Te he moldeado en las profundidades de la tierra y te he tejido en el seno de tu madre. Te he grabado en la palma de mis manos y te he ocultado en la sombra de mi abrazo. Te miro con infinita ternura y cuido de ti con un cuidado más íntimo que el de una madre por su hijo. He contado cada cabello de tu cabeza y te he guiado en cada uno de tus pasos. Vayas donde vayas, yo voy contigo, y allí donde descanses, yo vigilo. Allí donde estés, estaré yo. Nada nos separará nunca. Somos uno».
En el corazón, en cambio, está la paz, el silencio, la confianza, la alegría.
Esta voz interior del amor nos recuerda una verdad muy sencilla: que Dios nos ama con infinita ternura. Y es esa pequeña luz la que es capaz de ir abriéndose paso en nuestro interior hasta volver a iluminar toda nuestra casa. Nos dice que ninguna oscuridad es más fuerte que el resplandor de su resurrección, que Él ya venció y que solo basta con confiar en Él.
Esta verdad tan sencilla tiene que afianzarse en nuestro corazón y de a poco trasformar nuestra vida. ¡Qué lindo es vivir también esta simplicidad en los vínculos, en las relaciones, poder disfrutar de estar con la otra persona sin más! ¡Es hermoso vivir sólo con el objetivo de amar! Toda otra expectativa sobre la vida o los demás embarra la cancha y tarde o temprano nos decepciona. ¡Cómo disfrutamos cuando no tenemos tantas pretensiones en la vida, ni estamos aferrados a lo material o a lo que está de moda! ¡Qué libertad poder ser uno mismo y no cargar con las presiones sociales!
Y esta vida sencilla es posible. Sí, Dios nos la quiere regalar. Sólo requiere de nosotros un tiempo de silencio, de oración. Que le ofrezcamos a Dios un rato de nuestro tiempo diario gratuitamente, sin esperar nada a cambio. Un tiempo ofrecido desde el corazón y no desde la mente. Para ello hay que abstenerse de pensar, de discernir cuestiones urgentes, de pedirle luz para tomar decisiones, de rezar fervientemente por tantas necesidades. Sino un tiempo “inútil” a los ojos del mundo, pero lleno de amor a los ojos de Dios. Sólo el silencio y el tiempo vacío de todo, pero lleno de amor, pueden obrar este milagro.
Sólo requiere de nosotros un tiempo de silencio, de oración. Que le ofrezcamos a Dios un rato de nuestro tiempo diario gratuitamente, sin esperar nada a cambio. Un tiempo ofrecido desde el corazón y no desde la mente.
Sólo Dios puede apagar nuestra mente para que podamos vivir desde la sencillez del corazón, desde la certeza profunda de su amor que no requiere nada más, desde la serena certeza del poder de su resurrección.
[1] Podés visitar su página web, seguirlos en Instagram, o escuchar su música en Spotify.
Hermosa reflexión!!
Llena de verdad.. El hombre vive en una gran carrera acelerada sin saber porque y deja de ser feliz porque ha dejado de lado lo importante contemplar todo lo bello que Dios nos da para ser felices.. Sobre todo su presencia en nuestro corazón..Descanso en Ti Padre…
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