Estamos hechos de cielo. Una materia prima de otra dimensión. El cielo, de alguna manera, ya nos habita, ya nos conforma, ya nos posee. Decir que estamos hechos de cielo es sinónimo de decir que estamos hechos de amor, de alguna manera, el amor que nos ha creado, nos habitó desde el origen y nos llamó a la vida. Todos tenemos algo del cielo que nos lleva a sospechar en términos muy humanos —porque no hay manera de dimensionarlo— lo que sería habitarlo en su plenitud. Todos en nuestra vida hemos compartido momentos en los que hemos sentido algo así como “el cielo en la tierra”: experiencias de amor, de comunidad, de milagros cotidianos, etc. Es que no podemos hablar del cielo sin mencionar el amor porque el cielo es el momento sin fin del amor.[1]
Todos en nuestra vida hemos compartido momentos en los que hemos sentido algo así como “el cielo en la tierra”: experiencias de amor, de comunidad, de milagros cotidianos, etc.
Este tiempo en el que estamos caminando juntos hacia la beatificación de nuestro querido Carlo Acutis también podría convertirse en un tiempo propicio para meditar como viene nuestro camino hacia esa patria prometida, que no es más ni menos, que el encuentro, al fin, con la mirada eterna del amor. “Nuestra meta debe ser el infinito, no lo finito. El Infinito es nuestra Patria. Desde siempre el Cielo nos espera”, es uno de los grandes consejos que nos ha dejado Carlo. Podríamos decir, a la luz de sus palabras, que el cielo es la meta a la que llegamos dando pasos de amor junto a nuestros hermanos. Cuando con la ayuda de Dios vayamos algún día al cielo, entonces nos espera lo “que nadie vio ni oyó y ni siquiera pudo pensar, aquello que Dios preparó para los que lo aman” (1 Cor 2,9).[2]
“Nuestra meta debe ser el infinito, no lo finito. El Infinito es nuestra Patria. Desde siempre el Cielo nos espera”, es uno de los grandes consejos que nos ha dejado Carlo.
Meta difícil, algunos dirán casi imposible, inalcanzable, impensado que nos veamos ahí, el cielo pareciera quedarnos grande. Y claro que nos queda grande. El amor de Dios siempre nos queda grande. Sin embargo, su infinita misericordia nos regala la alegría de la esperanza que, aunque a veces flaquea, no se desanima en su camino hacia el abrazo amoroso del Padre que nos espera. Entonces ese “infinito” del que nos habla Carlo se vuelve un llamado a la santidad, un llamado a vivir nuestras incertidumbres en esta tierra sostenidos de una certeza: venimos del amor y hacia Él vamos. La vida aquí descubre un profundo sentido, un hondo motivo y una oportunidad de crecer en el amor. Contemplando el cielo descubrimos el infinito que nos atrae.
Entonces ese “infinito” del que nos habla Carlo se vuelve un llamado a la santidad, un llamado a vivir nuestras incertidumbres en esta tierra sostenidos de una certeza: venimos del amor y hacia Él vamos.
Tan humano como cada uno de nosotros y percibiendo muy bien aquellas cosas que nos suelen desviar de este camino hacia Dios, Carlo nos previene diciéndonos que no tenemos que ir detrás de lo “finito” porque no es lo más importante. Carlo es muy claro al revelarnos la prioridad: buscar primero el Reino de Dios. Cada uno de nosotros podría pensar de manera personal cuáles son las cosas, tendencias, actitudes etc., que interfieren o nos distraen en este peregrinar. Muchas veces, sin darnos cuenta, nos privamos del cielo que nuestro Padre Dios ya nos quiere hacer intuir. Confiemos en que “el Espíritu Santo nos ilumina para que reconozcamos el amor infinito del Padre contemplando el rostro de Jesús. Así vislumbramos el sentido último de nuestras vidas”[3].
El cielo es nuestro hogar y estamos llamados a caminar juntos hacia nuestra casa, morada del amor que permanece para siempre.
Amén.
[1] Youcat para jóvenes, «¿En qué consiste el cielo?», pág.95.
[2] Youcat para jóvenes, «¿Qué es el cielo?», pág.41.
[3] Navega Mar Adentro; El Espíritu que nos anima; Cap. 1; Conferencia Episcopal Argentina; pág. 10 (6).