Cuando pienso en que nuestro querido Carlo Acutis ya a los 6 años tenía ganas de tomar su primera comunión y fue a hablar con el sacerdote y el obispo para obtener su permiso y así acercarse a Jesús desde temprana edad; cuando caigo en la cuenta de que desde aquel día Carlo “obligó” a su familia -no tan devota- a llevarlo a misa cada día de su vida, incluso en medio de las vacaciones; cuando conecto con la idea de que cada día Carlo hacía una ratito de adoración porque estaba convencido de que “estando ante Jesús Eucaristía uno se convierte en santo”, no puedo hacer más que emocionarme y estar convencido de que, para Carlo, Jesús no sólo era su “gran amigo”, sino que fue su primer y único amor.

Para Carlo, Jesús no sólo era su “gran amigo”, sino que fue su primer y único amor.

Tampoco puedo no pensar en Santa Teresita quien recibió su primera comunión a la misma edad con tanta devoción y que movida por el amor a Jesús se animó a los 12 años no sólo a ir a hablar con el obispo para que la dejaran entrar en el convento, sino que ¡también lo hizo con el Papa! Evidentemente tanto el corazón de Teresita como el de Carlo –y como el de todos los santos estaban encendidos por el fuego del amor a Jesús.

Cuando uno está convencido, como Carlo, de que “nuestra meta es el infinito y no lo finito, y el infinito es nuestra patria porque desde siempre el Cielo nos espera”, no se puede vivir sino para ello y uno hará todo lo que está a su alcance para lograr el objetivo del modo más rápido y seguro. Por eso, cuando él confiesa que “la Eucaristía es la autopista para llegar al Cielo”, nos está transmitiendo todo su deseo de llegar allí lo antes posible. ¡Y qué más rápido que una autopista! Sin semáforos, tránsito, atascadas, gente que se cruza en el camino… Todas estas cosas nos distraen de nuestra meta y nos hacen pegar vueltas infinitas para llegar. Y no difieren mucho de las excusas que nos ponemos todo el tiempo para no participar de la Eucaristía: tengo muchas cosas para hacer, el día está hermoso y quiero disfrutar, no llego con el estudio o las tareas de la casa, estoy de vacaciones, me llamó un amigo, tengo entrenamiento, cayó gente a visitarme, me aburre la misa, no le entiendo o no me gusta lo que dice el sacerdote o simplemente… ¡fiaca!

«La Eucaristía es la autopista para llegar al Cielo».

Carlo Acutis

Es verdad que en tiempo de pandemia todos nos vimos privados de un día para otro de la Eucaristía… ¿Qué hubiera hecho o sentido Carlo en estas circunstancias? Difícil decirlo… pero seguramente al lo menos le hubiera dolido el corazón de no poder estar con su amigo Jesús. Qué bello si, en este tiempo de cuarentena, logramos sentir verdaderamente que extrañamos comulgar, participar de la misa, si llegamos a valorar profundamente lo que nos fue quitado de un día para otro. Ciertamente Jesús no nos abandonó ni nos dejó a la deriva, seguramente recorrió mil senderos para encontrarnos y hacernos saber que estaba a nuestro lado, aún así, es lindo extrañar la Eucaristía, sentir nostalgia de Dios, desear con el corazón volvernos a encontrar hasta que este deseo se haga tan ardiente que lo sintamos de domingo a domingo, o de día a día si, como Carlo, tratamos de acercarnos a Jesús en la Eucaristía diaria, ¿por qué no?

Sé que a veces cuesta creer que Jesús está presente en la Eucaristía con todo su cuerpo, su sangre, su alma y su divinidad, y que nuestra fe tiende a debilitarse y a alejarnos de Dios. No por ello debemos sentir culpa, sino al contrario redoblar nuestra oración para decirle a Jesús como el padre de aquel niño endemoniado que nos cuenta el Evangelio: ¡Creo, Señor! Pero ayúdame, tengo poca fe (Mc 9, 24). Muchas veces a lo largo de la historia, la fe en la Eucaristía se fue debilitando y por eso Dios mandó diversos milagros eucarísticos donde las especies de pan y vino se transformaron realmente en carne y sangre humanas para que nos ayudaran a creer. Ciertamente si alguien era fanático de estos milagros era Carlo que los recogió en una página de internet diseñada por él mismo lo que lo convirtió en cyber-apóstol[1]. Seguramente investigando acerca de ellos, su convencimiento acerca de la verdad de la presencia de Cristo en la Eucaristía habrá ido creciendo y fortaleciéndose al punto de transformarse en una certeza muy profunda.

Uno podrá decir que nuestra fe no debería depender de los milagros, pero si uno piensa que Carlo tan solo tuvo 15 años y que su modo de comprender la Eucaristía era tan hondo ayudado por los milagros, sin duda que Jesús hubiera dicho de él: Dejen que los niños vengan a mí, y no se lo impidan, porque el reino de Dios es de quienes son como ellos. Les aseguro que el que no reciba el reino de Dios como un niño de ninguna manera entrará en él (Mc 10, 13-16).

¡Querido Carlo! Te pedimos que desde el Cielo enciendas en nosotros el fuego del amor que ardía en tu corazón por Jesús en la Eucaristía. Ayudanos a creer, aumentá nuestra fe para que cada vez que estemos frente a la hostia consagrada podamos decir junto a vos: ¡Señor mío y Dios mío!


[1] Podés ver todos los milagros eucarísticos en su página de internet Los Milagros Eucarísticos del Mundo

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