Hace un tiempo, cuando participaba de un retiro junto a los jóvenes de mi parroquia, tuve la oportunidad de escuchar el testimonio vocacional de una hermana carmelita que me dejó huella en el corazón. Me llamó la atención su amor y predilección por los niños y niñas que viven en los campos de refugiados alrededor del mundo. Desde su claustro, ella sentía que parte de su misión era custodiar esas vidas con una oración que no los olvidara nunca, algo así como si esos niños y niñas fueran sus propios hijos e hijas. Una realidad que ella no pudo ni puede tocar con sus propias manos me enseñó que hay realidades que estamos llamados a tocar de otra manera, incluso con nuestras lágrimas.
…hay realidades que estamos llamados a tocar de otra manera, incluso con nuestras lágrimas.
En un momento de la charla, uno de los jóvenes le preguntó: «¿Qué pides para esos niños?», a lo que ella respondió: “Que siempre tengan a alguien que les dé un beso de buenas noches”. Aquí me quiero detener hoy, el día de los Santos Inocentes. Me quiero detener en el gesto de amor que hace la diferencia. La mayoría de nosotros se esperaba otra respuesta, sin embargo, la profundidad de su deseo nos sorprendió y desnudó, de alguna manera, la superficialidad de nuestras intenciones. En su testimonio nos dejó entrever el dolor y la falta de amor del que son víctimas cientos de niños y niños privados de muchas de las cosas de las cuales nosotros estamos saciados. Descubrir eso nos hizo llorar. Son realidades que abofetean. Entonces resonaron en mí las palabras de Francisco cuando en Cristo Vive nos dice a los jóvenes: “Quizás aquellos que llevamos una vida más o menos sin necesidades no sabemos llorar. Ciertas realidades solamente se ven con los ojos limpios por las lágrimas”[1].
¿Aprender a llorar?
Ante innumerables realidades de dolor solemos quedarnos en el lamento, pero, al contrario, debemos aprender a llorar. Sí, en un mundo que nos arrastra al entretenimiento desmedido que nos anestesia la capacidad de llorar es urgente que no nos dejemos apagar la humanidad. Llorar podría convertirse en el punto de partida hacia la acción transformadora de la realidad dolorosa que nos rodea. Mientras pensamos en todo, tratemos de contestarnos las siguientes preguntas: ¿Yo aprendí a llorar cuando veo un niño con hambre, un niño drogado en la calle, un niño que no tiene casa, un niño abandonado, un niño abusado, un niño usado por una sociedad como esclavo? ¿O mi llanto es el llanto caprichoso de aquel que llora porque le gustaría tener algo más? Lo que sea que nos surja nos irá marcando un camino de solidaridad, fraternidad y compasión para con las realidades que nos tocan el corazón. [2]
Llorar podría convertirse en el punto de partida hacia la acción transformadora de la realidad dolorosa que nos rodea.
Sin embargo, debemos tener en claro que lo que podamos hacer es porque Dios está con nosotros, porque de Él nos viene la fortaleza y la capacidad de amar hasta que duela. Y seamos sinceros, amar hasta que duela no está de moda. No somos súper hombres ni súper mujeres que vamos a salvar el mundo solos. Ojo que nos puede tentar el creérnosla. Sólo Dios es el que nos puede dar la gracia de experimentar el dolor de nuestros hermanos y poder dar respuesta desde nuestra humilde condición de iguales. Todos somos hijos de Dios y estamos en sus manos.
Todos somos hijos de Dios y estamos en sus manos.
Si ya nada de lo que pasa a nuestro alrededor nos hace llorar, ¿acaso no se nos habrá enfriado el corazón? Ojalá que como la hermana carmelita que me tocó escuchar a mí en ese retiro siempre tengamos personas que nos recuerden la importancia de aprender a llorar, que nos hagan volver la mirada a lo que realmente importa. Que nos recuerden que el dolor es parte de la vida y que es una gracia poder abrazarlo y transformarlo. Pido a Dios que se hizo niño en un pesebre que, en este momento, en el que la humanidad llora tantas muertes y la cultura del descarte busca apoderarse de nuestras sociedades, los jóvenes seamos testimonios incansables del evangelio de la vida para que a ningún niño y niña, en ninguna parte del mundo, le falte un beso de buenas noches.
Amén.
[1] Papa Francisco, Cristo Vive: exhortación apostólica postsinodal. Conferencia Episcopal Argentina, pág. 41 (76).
[2] Ídem 41-42.