Creo que si la Pascua fuera un momento del día, sería el amanecer, donde hasta el aire que respiramos tiene aroma a novedad, donde todo es esperanza en lo que vendrá. De una vez y para siempre, Jesús ha resucitado y al corazón le sobran motivos para estar de fiesta. Nuestra vida junto a la suya está llamada a ser Pascua, a transformarse, involucrarse, renovarse, germinar como semilla de vida nueva que nace desde dentro y que abona la tierra que toca para hacerla florecer.
Nuestra vida junto a la suya está llamada a ser Pascua.
La Pascua nos renueva la vitalidad espiritual, esa vitalidad indispensable para seguir caminando tras las huellas de quien amorosamente nos precedió y nos dejó una certeza: la muerte no tiene poder sobre nosotros. Si bien la cruz forma parte de la historia, no es el final. Nuestra historia de salvación es una magnífica historia de amor que nos revela que existe una vida para siempre.
El Dios del que estamos enamorados está vivo y hay indicios de su presencia en todo lo que nos rodea, en todo lo que nos pasa. Está vivo en la acción del Espíritu, que no deja de actuar y de impulsarnos. Está vivo y acaricia con misericordia tu vida. Sí, la tuya, así tal cual está, con sus luces y sus oscuridades. Está vivo y es motivo de nuestra esperanza y es la razón por la que tenemos que proponernos transmitir esa esperanza en la vida de cada día. La Pascua de Jesús fue por vos, por cada uno, y sus consecuencias son extraordinarias.
El Dios del que estamos enamorados está vivo.
Con la resurrección de Jesús hay un derecho fundamental que nadie ni nada nos podrá arrebatar nunca: el derecho a la esperanza.[1] ¡Gracias Señor por la Pascua! Su amor es tan grande, que si damos el paso y damos lugar a una nueva humanidad en nosotros mismos, también irradiaremos ese amor que nos transformó primero. Por eso tenemos derecho a vivir con esperanza, a pesar de tantas adversidades; por eso tenés derecho a secarte las lágrimas y a volver a empezar, porque el Dios en el que creemos es presencia real, es persona, es vida con sentido que nos perdona y, por lo tanto, nos renueva por el amor.
Que este tiempo pascual sea un tiempo de profunda alegría y agradecimiento. Que sea tiempo de misión. Que, en nuestro día a día, seamos testimonio de que no hay nada más hermoso que estar aferrados a la esperanza. Que demos el paso, que dejemos atrás lo que nos aleja y no nos permite gozar con una sonrisa en el corazón de la verdad que nos trae consigo la resurrección.
Abrí tu corazón. El amor está más vivo que nunca.
¡Feliz Pascua de resurrección!
[1] Homilía de la Vigilia Pascual del 11 de abril del 2020 por el Papa Francisco en la Basílica Vaticana, Roma.