Creer en Dios es un acto libre, voluntario y profundamente amoroso. Sí, amoroso. Porque la dinámica de la fe es movida por el amor. Es el encuentro entre Dios y el hombre, donde uno se dona al otro y este otro le corresponde en el amor. ¿Hacia dónde iremos con todo esto? Intentaremos acercarnos a Dios desde lo que él mismo es esencialmente: Amor.

Unas semanas atrás conversábamos con un grupo de amigos acerca de los modos de relacionarnos con el Señor. Varios llegamos a la conclusión de que todo viene fantástico cuando sentimos bien de cerca su presencia y se pone bastante duro cuando clamamos la presencia de Dios y, aparentemente, percibimos su ausencia. Esto desembocó en una discusión sobre si a Dios se lo siente o se lo deja de sentir.

Varios de nosotros a lo largo de estos años tuvimos idas y venidas en la oración, momentos en los que estuvimos cerca de la Iglesia y alejados también. Momentos de consuelo junto al buen Dios y otros bien distintos. Avanzada la juntada, entre charlas y mates virtuales, descubrimos un denominador común: Dios siempre está, aun cuando no lo sentimos. Estas y otras afirmaciones desembocaron en la reflexión que hoy vengo a compartirles.

Dios siempre está, aun cuando no lo sentimos

La existencia de Dios no se hace menos evidente por la falta de fe de cada uno de nosotros. Sin embargo, podemos desaprovechar el amor de quien siempre nos espera y, por lo tanto, esta evidencia de que existe Dios queda un poco por el suelo. Dar la espalda a este amor no es el fin de nuestras vidas, sino más bien, la oportunidad más hermosa dejada de lado por circunstancias pobres. ¿Quién es capaz de rechazar al Amor más puro, más genuino y gratuito?

Golpes y dolores de la vida hacen que se empañen no solo nuestros ojos, sino nuestra manera de comprender la realidad, entre ellas, nuestra realidad de fe. La presencia del mal y de las heridas muchas veces desdibujan todos aquellos hermosos encuentros con Dios. No estamos ajenos a vivir situaciones parecidas, es más, seguramente varios nosotros ya ha pasado por situaciones complicadas. Y en todo esto somos llamados a permanecer en el Amor.

Permanecer en el amor

Sentir o no sentir a Dios es quizás reducir su presencia a sentimientos pasajeros. No menos importantes, pero sí sentimientos de circunstancias. Muchos de nosotros podremos afirmar que Dios está en todo momento.

Otra situación que desemboca en esta afirmación de “no lo siento a Dios” se da en los ratos de oración personal. De alguno escuché decir alguna vez: esos momentos de desolación. Cuando nos ponemos en su presencia, le hablamos y nada escuchamos o sentimos. Pensaba entonces que estamos tan estimulados por sensaciones que perdemos cierta conexión más honda y profunda de la existencia del Señor en nuestras vidas.

Entonces, ¿qué es todo esto que sentimos o dejamos de sentir? Amigos, esta respuesta es tan personal como nuestro modo de vincularnos con Dios. Porque la fe —decía nuestro querido Benedicto XVI— «es al mismo tiempo esperanza, es la certeza de que tenemos un futuro y de que no caeremos en el vacío. La fe es amor, porque el amor de Dios quiere ‘contagiarnos’. Esto es lo primero: nosotros simplemente creemos en Dios, y esto lleva consigo también la esperanza y el amor» (Homilía del 12 de septiembre del 2016).

«La fe es amor»

Benedicto XVI

Ante la incertidumbre, Dios está amando. Ante el dolor, está presente y ama mucho más. Ante los horrores y el terror del mal, esperamos del Señor su rescate, porque nos ama y no dejará nunca de amarnos, porque esto mismo es él: Amor.  

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Un comentario sobre “No lo siento a Dios

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