Puerto deseado

Sentado en la punta de una de las escolleras de Playa Grande en Mar del Plata, me encontré con esta imagen: los pescadores volviendo al puerto y con un Cristo con los brazos extendidos que los recibía después de una larga travesía. Vi y conozco el mar, su inmensidad, lo bello que puede ser con sus colores celestes y azul verdosos, con calamares, toninas y medusas, en medio del silencio o de la noche estrellada. Pero también sé que puede ser bravo, muy bravo cuando llega la tormenta, cuando sopla el viento y las olas pueden llegar a medir varios metros de alto.

Entonces, pensé el contraste que hay entre la bravura del mar y la paz que es ese «refugio» que es el puerto. Y así pensé qué lindo es volver a la Casa del Padre, qué lindo es entrar en esas aguas tranquilas y serenas, y qué difícil que se hace a veces la vida, como ese océano inmenso sin límites, con tormentas y olas gigantes. Sentí también la necesidad de entrar yo en esa Casa de Dios, que hoy se hace casa de misericordia, casa de paz, casa de consuelo y la necesidad de que Jesús me reciba y me abrace, la necesidad de permanecer en un lugar tranquilo que «repare mis fuerzas».

Y recordé también ese salmo tan lindo, el salmo 106:

"Él habló y levantó un viento tormentoso,
que alzaba las olas a lo alto:
subían al cielo, bajaban al abismo,
su vida se marchitaba por el mareo,
rodaban, se tambaleaban como ebrios,
y no les valía su pericia.

Pero gritaron al Señor en su angustia,
y los arrancó de la tribulación.
Apaciguó la tormenta en suave brisa,
y enmudecieron las olas del mar.

Se alegraron de aquella bonanza,
y él los condujo al ansiado puerto.
Den gracias al Señor por su misericordia,
por las maravillas que hace con los hombres.

Sin dudas que también se viene a la mente a Jesús calmando la tempestad (Mt 8, 23-27 | Mc 4, 35-41) y cómo los apóstoles temerosos despertaron a Jesús para que hiciera algo. Nadie gusta de la tormenta y mucho menos cuando el miedo se apodera de nosotros. Aun así, somos invitados a confiar. Ante el justo reclamo de los apóstoles ¡Maestro! ¿No te importa que nos ahoguemos?, Jesús responde con un duro ¿Por qué tienen miedo? ¿Cómo no tienen fe? Y así, una vez más, Jesús le da una dura lección a los suyos que no terminan de convencerse de que Él es el Mesías.

¿Por qué tienen miedo? ¿Cómo no tienen fe?

Teresita de Lisieux un día le escribió a su hermana Celina, que se encontraba pasando por grandes pruebas espirituales, una hermosa carta donde la invita a alegrarse de que Jesús pueda dormir en la barca y que ella sea ese lugar donde Jesús reposa su cabeza, es decir, «la almohada de Jesús».

Celina mía, la niñita de Jesús se encuentra completamente sola en una barquichuela, la tierra ha desaparecido a sus ojos y no sabe a dónde va, ni si avanza o retrocede… Teresita sí lo sabe: está segura de que su Celina está en alta mar, de que la navecilla que la lleva navega a velas desplegadas hacia el puerto, de que el timón, que Celina ni siquiera puede ver, no está sin piloto. Jesús está allí, dormido, como antaño en la barca de los pescadores de Galilea.

Él duerme… y Celina no lo ve porque la noche ha caído sobre la navecilla… Celina no oye la voz de Jesús. El viento sopla y ella lo oye soplar, ve las tinieblas… y Jesús sigue durmiendo. Sin embargo, si se despertara solamente un instante, sólo tendría que «ordenar al viento y al mar, y vendría una gran calma», y la noche sería más clara que el día. Celina vería la mirada divina de Jesús y su alma quedaría consolada… Pero entonces Jesús ya no dormiría, ¡y está tan CANSADO…! Sus pies divinos están cansados de buscar a los pecadores y en la navecilla de Celina, Jesús descansa tan a gusto…

Los Apóstoles le habían dado una almohada, el Evangelio nos cuenta este detalle. Pero en la barquilla de su esposa querida Nuestro Señor encuentra otra almohada mucho más suave: el corazón de Celina. Allí lo olvida todo, allí está como en su casa… No es una piedra lo que sostiene su cabeza divina (aquella piedra por la que suspiraba durante su vida mortal): es un corazón de niña, un corazón de esposa. ¡Y qué contento está Jesús! […]

Y sin embargo, Jesús está contento de verla entre sufrimientos, se siente feliz de recibirlo todo de ella durante la noche… Espera la aurora, y entonces… sí, entonces ¡¡¡qué despertar el de Jesús…!!!

Celina querida, ten la seguridad de que tu barca está en alta mar, tal vez muy cerca ya del puerto. El viento del dolor que la empuja es un viento de amor, y ese viento es más rápido que el relámpago… […]

¿Quién no quisiera tener esa confianza de Teresita? La paz inundaría para siempre nuestro corazón. Aun así, creo que sigue siendo válido poder llamar a Jesús y decirle: Jesús, ¡te necesito! Jesús, ¡te necesitamos! Jesús, tené misericordia de nosotros! Si querés podés despertarte y calmar las tormentas de nuestra mente y nuestro corazón. ¡Regalanos tu amor, regalanos tu Paz!

¡Que Dios los bendiga!

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