Congelados en la oración

Un nuevo mes comenzó y, junto a él, se nos sumó el frío invierno en su máximo esplendor. Tengo que confesar que me agrada muy poco esta estación del año y tiene que ver justamente con lo helado del tiempo. Las mañanas son difíciles de comenzar y andamos corriendo tras un mínimo rayo de sol para calentar las mejillas rosadas.

Inmediatamente buscamos un buen abrigo que nos ayude a paliar las bajas temperaturas. Gorros de lana, bufandas, ponchos y hasta los tapabocas, ya imprescindibles. Todo este ritual propio de julio nos puede hablar de nuestra vida espiritual. ¿Qué? ¿Cómo? ¿De qué estamos hablando? Así es, este frío julio se las ingenia para dar signos que pongan en alerta nuestra oración.

Aun de aquello que poco nos gusta se puede sacar provecho para seguir creciendo en la vida espiritual. ¡Comencemos!

Ya se imaginarán por dónde viene la mano y no están equivocados, la obviedad no es solamente quedarse en lo cómodo abandonando la idea de asumir los riesgos de lo nuevo. Muchas veces, lo obvio suele ser lo más recurrente y hablar de nuestra espiritualidad enfriada es tomar cartas en el asunto para calentar el motor de arranque de la fe: la oración.

La pereza suele ser esa aquella vieja amiga que cada tanto se presenta para arrebatar nuestra frágil voluntad. Juega la pulseada con las ganas y más de una vez nos tuerce la muñeca robando una pasajera victoria. El invierno puede ser el escenario propicio para que la pereza ande rondando como lobo buscando a quien devorar; entonces, a resistirle, firmes en la fe, afirmaría San Pablo.

La oración es el motor de arranque de la fe

Abrigarse con la Palabra es un método muy eficaz para dar batalla. Meditando las Sagradas Escrituras vislumbramos la presencia real del Amor; sí, con mayúscula. Recurrir a Dios cuando se enfríe nuestra vida espiritual es la solución. ¿De qué manera? ¡Pfff! Existe una cantidad enorme de maneras. Por ahora, detengámonos en la lectura orante de la Biblia.

“Tus palabras son lámparas para mis pasos”, reza el salmo 119, y verdaderamente es cierto. Porque meditando algún pasaje bíblico recibiremos, como regalo de Dios, una luz bien concreta que nos marque el camino a seguir durante las neblinas que acechen nuestro presente. Hay que dar batalla y ganarle al miedo del estancamiento. Cuando se vuelva difícil descubrir el camino, cuando aparentemente nada se pueda ver, pidamos a Dios su palabra y dejémonos conducir por ella.

La sensación de caminar en medio de la neblina va acompañada muchas veces del frío y del silencio, por lo que hay que recurrir a Jesús para cuando se congele nuestra oración. Sin dudarlo, hay que correr de una a sus brazos, pidiéndole el calor de su presencia. Qué mejor manera de darle calor al corazón que reposar en el Señor.

Tus Palabras son lamparas para mis pasos

Sal 119, 105

El silencio se irrumpe con la presencia del Maestro. Junto a Él, la soledad se queda muda y desaparece, ya que nos basta una palabra suya para sentirnos bien acompañados. Allí, el ansiado rayo de sol viene de lo alto, derritiendo las escarchas con forma de excusas para escarparle a la oración.

Si estamos acá compartiendo este ratito, ya es pulseada ganada, ¿no? Porque dejamos de lado la pereza fría, para reflexionar un poquito acerca de cómo viene la intimidad con el Señor. Decime, ¿no te dan ganas de tomar la biblia y ponerte a rezar un rato?

Aprovechá este próximo momento para poner la pava y prepararte algo calentito. Buscate una manta, un poncho o la frazada y elegí el pasaje bíblico que más te guste o el que se te venga primero a la memoria. Tu oración le importa mucho a Dios, te espera siempre. No permitas que las circunstancias te arrebaten esas ganas de rezar. Solo importa la buena intención de tu corazón y aquel Amor que no se cansa de esperarnos.

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