Cuando leemos el Evangelio según San Juan, podemos ver que se articula en torno a un prólogo, algunos signos que realiza Jesús con sus discursos y luego el relato de su glorificación, que corresponde a los eventos de su crucifixión, muerte y resurrección. En él es que se manifiesta verdaderamente como el Hijo de Dios y todos llegan a creer en Él. En el Evangelio de Juan se habla de signos y no de milagros como ocurre en los tres evangelios sinópticos. El Evangelio quiere llevar a quien lo lee a una nueva dimensión orientándolo para que haga un cambio en su mirada. Los signos revelan quién es verdaderamente Jesús y cuál es su misión.

Uno de esos signos corresponde a la multiplicación de los panes (Juan 6), que ocurre al otro lado del mar de Galilea en tierra pagana. La multitud, como siempre, lo seguía porque lo había visto sanar a muchos enfermos. Era un tiempo especial porque se acercaba la fiesta de la Pascua. Es raro porque en tierra pagana no se celebraba esta fiesta que, además, en aquella época sólo se celebraba litúrgicamente en Jerusalén. Jesús va a realizar un signo pascual en un lugar en que no saben lo que es.

Para realizar su signo, Jesús acude a una necesidad vital del ser humano: alimentarse, comer. Esas palabras resonaban de modo especial entre los judíos. Fue en el desierto, luego de salir de Egipto, donde casi desfallecen de hambre, pero donde el Señor había manifestado su gloria alimentándolos durante todo el tiempo que estuvieron allí, con perdices y con el maná del cielo, esa semilla con la que se hacían los panes tan característicos. En aquella ocasión, la multitud que seguía a Jesús iba a pasar hambre porque estaban lejos de su casa y se acercaba la noche. Va a experimentar la falta de comida, la falta de alimento, el hambre.

El hambre que se va a experimentar va a ser diferente. Es hambre de vida eterna, la necesidad de algo mayor: el hambre de Dios.

Sin embargo, hay otro detalle. La multitud no está en el desierto como lo estuvo el pueblo de Israel, está en un lugar húmedo porque había allí mucho pasto. Era una zona fértil dado que estaba en una zona baja. Es decir que, en realidad, alimentos no van a faltar, el hambre que se va a experimentar va a ser diferente. Es hambre de vida eterna, la necesidad de algo mayor: el hambre de Dios.

La preocupación crece porque faltaba alimento. La gente del pueblo no había ido preparada para la ocasión. Y solo hay cinco panes y dos pescados que ofrece un niño. ¡Sí, un niño! No debería ser él quien busque la solución, el responsable. Pero su mención ayuda a poner de relieve lo dramático de la situación, lo paradójico. Entonces Jesús toma los panes, los bendice y los parte, todas acciones de resonancia eucarística que curiosamente no están presentes durante el relato de la última cena en el Evangelio de Juan en que se menciona solo el lavatorio de los pies. La gente come hasta saciarse, todo lo que quisieron. Y sobra. Sobra pan para llenar doce canastas. Y entonces pasamos del dramatismo de la carencia, a la alegría de la abundancia y es por este hecho que todos creen en Él.

Aun así, la fe sigue siendo superficial. La gente lo sigue porque realiza los milagros y no logra crecer en su fe y ver más allá. Jesús no se conforma con eso y por eso critica duramente a la multitud que lo sigue a la otra orilla, que se encuentra ahora en tierra judía. Entonces Jesús los reprende: Les aseguro que ustedes me buscan, no porque vieron signos, sino porque han comido pan hasta saciarse. Trabajen, no por el alimento perecedero, sino por el que permanece hasta la Vida eterna. El Evangelio nos va acercando poco a poco al significado de lo que está aconteciendo. Nos cuenta que existe un alimento diferente, que permanece, que sacia para siempre, que llena y que es muy diferente a todo lo conocido. Es el pan que da VIDA al mundo. Sin duda que en este punto todos nos uniríamos a la multitud que le pide a Jesús: Señor, ¡danos siempre de este pan!

…existe un alimento diferente, que permanece, que sacia para siempre, que llena y que es muy diferente a todo lo conocido.

Es en ese preciso instante en que logramos conectar con nuestra necesidad de Dios, con nuestra necesidad de plenitud, con nuestra «hambre» de más, que Jesús se nos revela: YO SOY EL PAN DE VIDA. El que viene a mí jamás tendrá hambre; el que cree en mí jamás tendrá sed. Y es justamente esa la obra de Dios: que nosotros creamos, que creamos en Él, en que Él tiene Palabras de Vida eterna, que son las que necesitamos escuchar, las que verdaderamente nos regalan la paz y la alegría que tanto anhelamos. El relato lentamente nos va llevando a conectar con nuestra necesidad vital, no para soltarnos en el aire, sino para ofrecernos el remedio divino que es el mismo Jesús.

Por eso, este signo solo tendrá sentido para nosotros si es que logramos conectar con nuestra hambre de amor, con nuestras faltas de energía por cargar tantas cruces tan pesadas a veces, con la falta de sentido de mucho de lo que hacemos durante el día, con nuestro pecado o con las injusticias que sufrimos a diario. Este pan de vida eterna es para aquellos que no se conforman con lo que tienen, con vivir una vida puramente humana, sino que tienen ansias de eternidad, ansias de ser santos, en definitiva, ansias de Dios.

Este pan de Vida Eterna es para aquellos que no se conforman con lo que tienen, con vivir una vida puramente humana, sino que tienen ansias de eternidad, ansias de ser santos, ansias de Dios.

El lenguaje de Jesús es duro, es radical porque nos lleva a confrontarnos con nuestro verdadero pecado: la falta de fe. Pero para aquellos que logran permanecer, creer y confiar, se abre un mundo nuevo, el mundo de la vida eterna, de la vida plena y abundante. Y vos, ¿te lo vas a perder?

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