Felizmente pobres

Alguna vez escuché la frase: “Era tan pobre que lo único que tenía era dinero”. Mezclando ironía y paradoja, esta oración nos puede ayudar a pensar realmente qué es ser pobre y qué es ser rico. Por lo general, asociamos a que depende de tener cosas, bienes, guita. Pero… ¿es realmente así?

Un ejemplo que marcó una era

San Francisco de Asís, “el pobre de Asís”, se caracterizó por una vida sencilla, pobre, despojada. Con una opción radical, marcó una etapa en la que muchos hermanos quisieron seguir ese tipo de vida. Pero esa radicalidad tenía su raíz en el no querer tener nada para tenerlo todo. ¿Otra paradoja? Sí. Francisco era un caballero. Por haber ido a la guerra, quedó más de un año prisionero en Perugia donde empezó a encontrarse consigo mismo y con Dios. Comenzó un proceso de despojarse de todo aquello que lo atara, que lo esclavizara, que le impidiera ser, que lo alejara de la felicidad y paz más profundas. Digamos que fue encarnando lo que siglos más tarde escribiría Calderón de la Barca en un poema:

Quiero olvidarlo todo y conocerte,
quiero dejarlo todo por buscarte,
quiero perderlo todo por hallarte,
quiero ignorarlo todo por saberte.

El ejemplo de Francisco nos sigue iluminando también en este siglo XXI. Se trata entonces de dejar a un costado todo lo que estorba, lo que no sirve, lo que impide el paso, para transitar la vida e ir encontrándolo todo. Dicho desde las mismas palabras de Jesús: “El que quiera salvar su vida la perderá; y el que pierda su vida a causa de mí la encontrará” (Mt 16, 25). Perdiéndonos nos encontramos. Vaciándonos de nosotros mismos nos llenamos de Dios. La misma Oración Simple que se le atribuye a San Francisco reza:

Porque es dándose como se recibe,
olvidándose de sí como se encuentra,
perdonando como se alcanza el perdón
y muriendo como se resucita a la Vida eterna.

Ser pobres significa reconocer que nada somos, sino gracias a nuestro Creador.

Si nos ponemos a pensar un poco, nada trajimos a este mundo y nada nos vamos a llevar, materialmente hablando. Por eso, ser pobres significa reconocer que nada somos, sino gracias a nuestro Creador. Que nada tenemos, sino gracias a nuestro Creador. Que somos lo que somos gracias a nuestro Creador.

De ahí que podemos preguntarnos de corazón: ¿De qué manera reconozco esta dependencia con Dios en mi vida? ¿Le devuelvo todo lo que me dio (lo que hoy tengo, los talentos, lo que soy…)? ¿Me reconozco verdaderamente pobre? ¿Cómo me vinculo con los bienes materiales? ¿Los pongo al servicio de los demás?

El mismo Dios se hizo pobre

Ya no se trata de qué tengo, qué hago, qué soy, sino de qué me da Dios, qué me permite hacer Él, quién soy ante su mirada: un hijo amado.

Miremos al mismo Jesús, que “siendo rico se hizo pobre a fin de enriquecernos con su pobreza” (2 Co 8,9). Él mismo nos dice que sin Él nada podemos hacer (cf. Jn 15,5). Nuestro Maestro nos enseña, así, cómo debemos proceder: reconocernos pobres por nosotros mismos, pero ricos si lo hacemos parte a Él. Dicho por el mismo San Pablo: “Cuando soy débil entonces soy fuerte” (2 Co 12,10). De esa manera, vamos a poder ser felices porque llegamos al grano: sabernos infinitamente amados por Dios. Porque ya no se trata de qué tengo, qué hago, qué soy, sino de qué me da Dios, qué me permite hacer Él, quién soy ante su mirada: un hijo amado. Todo va a depender de Dios, si es que lo hago parte. Voy a ser rico si me acerco a la fuente de toda riqueza. Voy a ser feliz si me acerco a la fuente de la felicidad. Voy a estar en paz si me acerco a la fuente de la paz. Voy a sentirme amado si me acerco a la fuente del amor. «Allí donde esté tu tesoro, estará también tu corazón» (Mt 6,21).

Que el buen Dios nos llene con su gracia y podamos vivir aquella bienaventuranza: “Felices los pobres porque de ellos es el reino de los cielos” (Mt 5,3).

Que seamos felizmente pobres.

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