Hace unos días, después de un año y medio, tuvimos la oportunidad de ver en nuestro país un partido de fútbol con público. Tres goles de Messi despertaron en la tribuna los homenajes y alabanzas a coro: «Meeessiii… Meeessiii…» 🙌. Es que hinchar por un equipo, alentar a los jugadores, aplaudir las jugadas o este tipo de gestos son parte del folklore deportivo, especialmente en el fútbol, aunque también en otros deportes. Lo que hay detrás es un sentimiento, una pasión (es cierto, a veces, bastante desordenada). Algunos lo pueden entender, otros no. Estos últimos pueden decir: “Si vos no estás jugando el partido…” “¿Qué ganás alentando?” “¿Para qué te hacés tanta malasangre?” La respuesta puede ser sencilla: se simpatiza por un equipo y simpatizar es sentir afecto por algo o alguien. Simpatizamos por Argentina, simpatizamos por Boca, River, Platense, Chacarita… incluso por equipos de afuera, el Barsa, el Real Madrid…

¿Entonces…? Al alentar a un equipo, al ponernos la camiseta, jugamos el partido nosotros mismos sin estar precisamente jugándolo. “Le ganamos 3 a 0 a Bolivia”, podemos decir. Pero no corrimos ni tocamos la pelota. Este sentimiento hace que nos hagamos parte del equipo.

Hinchas en un partido único

Hay un partido que lo jugó una sola persona. Fue el partido más importante de la historia y fue una victoria, lograda con mucha pasión: la de Jesús. Lo jugó bastante solo… como si estuviera de visitante. Solo unos poquitos lo alentaban. Y a todo esto, el resultado final tardó en verse. Parecía que lo perdía. Pero no. Resultó victorioso. No se puede entender demasiado a simple vista. Hace falta algo más para ver el resultado: hay que creer.

En la medida en que reconocemos que Jesús ganó ese partido, habiendo cargado su cruz, habiendo padecido golpes, insultos y cualquier tipo de mal, habiendo muerto y luego resucitado, lo hacemos parte nuestra también. Nos hacemos dueños del trofeo. Podemos cantar: “Dale campeóóón, dale campeóóón…” porque ganamos también nosotros. Si Cristo venció y nosotros lo reconocemos, nosotros también vencemos.

Esto se va a dar en todo momento en la medida en que vivamos en Cristo. Lo puedo reconocer una, dos, tres veces… pero se trata de seguir reconociéndolo a cada instante. A la pregunta: “¿Querés vivir en Cristo y para Cristo?”, nosotros contestamos: “Sí, quiero”. Una y otra vez. Hay que renovar esa respuesta. Hay que seguir alentando…

Invitados también a jugar el partido

Si reconocemos la fuerza que tuvo esa cruz, entonces, todas nuestras cruces también toman una fuerza distinta. Pero no es tan fácil… Tenemos tres grandes modos de recibir una cruz:

  • No aceptarla y protestar 😤: «¿Cómo puede ser?» «¿Por qué a mí?» «Mirá lo que hizo este…» «No me lo merezco…». No ganamos nada. Nos violentamos nosotros mismos y/o violentamos a los demás.
  • Aceptarla con resignación 🤷: “Es lo que hay…” “Qué va a hacer…” “No se puede hacer nada…”. Se acepta, sí… pero sin esperanza de que haya o pueda salir algo bueno.
  • Aceptarla con fe, esperanza y caridad ❤️‍🔥: Con la fe en que esa cruz tiene una fuerza como la tuvo la de Jesús. Con la esperanza de que Jesús puede realmente sacar algo bueno, dándole lugar a que su gracia actúe. Con el amor de quien le ofrece algo valioso a otro, amando hasta que duela, como decía la Madre Teresa.

La realidad es que creemos en que después de la cruz hay resurrección. Creemos que «Dios dispone de todas las cosas para el bien de los que lo aman» (Rm 8,28). Creemos que la cruz tiene una fuerza única. Creemos que la cruz asumida da frutos inmensos.

“El que quiera venir detrás de mí, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz cada día y me siga. Porque el que quiera salvar su vida, la perderá y el que pierda su vida por mí, la salvará” (Lc 9, 23-24). Jesús nos invita a que nosotros también carguemos cada día con nuestra cruz, teniendo en cuenta que es de esa manera como salvamos la vida, como ganamos el partido. Él ya lo hizo, y, gracias a eso, nosotros también podemos hacerlo.

Hay que seguir alentando…

Hay que seguir cantando…

Vivir en Cristo nos da una Vida nueva.

Vivir en Cristo nos vivifica interiormente.

«Soy de Cristo, es un sentimiento, no puedo parar…»

Un comentario sobre “«Es un sentimiento, no puedo parar…»

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