Un día Santa Teresita del Niño Jesús, escribiéndole a su hermana María que se hallaba muy perturbada por sus faltas de amor y su falta de obras por alcanzar la santidad y ganar así el amor de Jesús, le dice: «lo que agrada a Dios es mi pequeña alma, que ame mi pequeñez y mi pobreza, es la confianza ciega que tengo puesta en su misericordia« (carta 197). Sin duda que es una bella frase y que además se ha hecho canción y circula mucho por las redes sociales. Parece una linda frase piadosa pero su contenido, en realidad, es mucho más profundo y más hondo de lo que parece. Es una sincera invitación a vivir la fe de un modo nuevo.
Lo que agrada a Dios es mi pequeña alma, es que ame mi pequeñez y mi pobreza, es la confianza ciega que tengo en su misericordia.
Santa Teresita del Niño Jesús
Muchas veces nos han enseñado a agradar a Dios, a no ofenderlo, a cumplir sus mandamientos. En catequesis, cuando éramos chicos, nos enseñaron así la fe, porque era el modo en que podíamos entender la realidad o la vida misma de pequeños. La lógica premio/castigo está en nuestras más hondas raíces culturales y es parte de los inicios del camino moral de una persona. Es lo que leemos muchas veces en el Antiguo Testamento cuando Dios premia a los buenos y castiga a los malos y es, en definitiva, lo que muchas veces esperamos de Dios.
La lógica del mérito o la retribución es algo justo, objetivo. Pero cuando uno empieza a profundizar su camino espiritual y su seguimiento a Jesús, cuando uno empieza a leer detenidamente el Nuevo Testamento, y más específicamente los Evangelios, esta idea empieza lentamente a entrar en crisis. Es hermoso ver el entusiasmo de los jóvenes por cambiar el mundo, por lanzarse a la aventura del amor de Jesús, el deseo de santidad que muchos de ellos manifiestan. Pero, a medida que uno va «avanzando por el camino», puede pasarnos que empecemos a chocar contra nuestra limitación de ser humanos, que nos demos cuenta de que nos faltan las fuerzas, que no siempre somos coherentes con lo que predicamos, que la realidad del pecado no se aleja de nuestras vidas o que, sencillamente, la propuesta de Jesús es tan exigente que no podemos con ella. Entonces, muchas veces aparece la frustración, la tristeza, la angustia y, más terriblemente, el deseo de abandonar el camino.
En esta crisis espiritual reside la gran oportunidad de purificar nuestro amor a Jesús y dejar que el entre de lleno en nuestra vida.
Es una crisis frecuente en la vida espiritual pero, sin duda, en ella reside la gran oportunidad de purificar nuestro amor a Jesús y de dejar que Él entre de lleno en nuestra vida y que sea Él el protagonista de nuestra salvación. Hasta el momento, éramos nosotros los que decidíamos qué era lo correcto, lo verdadero, la voluntad de Dios. Y así ponemos nuestra seguridad en que Dios está contento con nosotros por nuestras obras, por lo que tenemos para darle a Jesús o en la imagen que nos construimos de nosotros mismos y de lo que debe ser un cristiano. Y aquí el camino se divide. O dejás porque no te da la fuerza para lo que pensabas que era lo correcto o dejás que Jesús venga a buscarte y sea Él quien te conduzca por un camino nuevo.
Dejá que Jesús venga a buscarte y sea Él quien te conduzca por un camino nuevo.
Santa Teresita graficaba estos ejemplos con unas imágenes muy fuertes. Ella decía que no podía subir por la «ruda escalera de la perfección«, que le abrumaban sus pequeñas faltas, que nunca le parecía ser lo suficientemente generosa con sus hermanas del convento; o con las oraciones, sacrificios y penitencias que se practicaban en su época. Entonces, acudió a uno de los inventos de su época: el ascensor. Toda una novedad que se hallaba en la casa de los ricos. Para ella su ascensor al cielo era Jesús: «¡Ah, nunca palabras más tiernas, más melodiosas, me alegraron el alma! ¡El ascensor que ha de elevarme al cielo son tus brazos, Jesús! Por eso no necesito crecer, al contrario, he de permanecer pequeña, empequeñecerme cada vez más». Otra imagen muy linda era que ella, siendo muy chiquita, se encontraba en la planta baja de una casa y su padre la llamaba desde el piso superior. Entonces, queriendo subir la escalera, al no llegar ni siquiera al primer escalón, caía una y otra vez. Así lo intentaba una y mil veces para que su padre conmovido y no queriendo que se lastimase más, bajara y entonces la subiera en brazos.
Son hermosas las imágenes de Teresita pero, a su vez, tan difíciles de incorporar a nuestra vida forjada por tantas exigencias, pruebas, estándares que alcanzar, objetivos, metas y la misteriosa creencia de que todo dependa solamente de nosotros mismos. Sin embargo, si somos capaces de que esta idea empiece a moldear desde adentro nuestro propio ser esto puede ser muy liberador. Y es así porque es Evangelio puro, es el amor y la misericordia de Dios que salen a nuestro encuentro en la persona de Jesús que salió Él mismo en búsqueda de la oveja perdida, del hijo alejado, del publicano, los pecadores, los impuros, los que no merecían acercarse a Dios.
Es Evangelio puro, es el amor y la misericordia de Dios que salen a nuestro encuentro en la persona de Jesús.
Pero hay un solo requisito nos dice Teresita y es hacerse pequeño, pequeñito, humilde. Nos dice en su autobiografía: «Entonces abrí la Sagrada Escritura, esperando encontrar en ella la solución que necesitaba; y leí estas palabras de la Sabiduría: Si alguno es muy pequeño, que venga a Mí (Prov. 9, 4 y 16). Me acerqué, pues, a Él, presintiendo que había descubierto lo que buscaba. Deseando saber qué hará el Señor con el alma pequeña que a Él se acerque, me encontré con estas consoladoras palabras: Como una madre acaricia a su hijo, así yo los consolaré, los llevaré en mi regazo y los meceré sobre mis rodillas (Is. 66, 13)». He aquí la gran invitación de Jesús que nos llega a través de esta santita: confiar en la misericordia de Dios.
Teresita confiaba ciegamente en esa misericordia de Jesús, en ese Dios que nos prometió la salvación y que dio su vida por nosotros. Teresita estaba tan segura de su pequeñez, que afirmaba que llegaría al cielo con las manos vacías, sin obras para ofrecerle a Dios, pero con su corazón ardiendo de amor por Jesús. Ella estaba convencida que todas sus obras estaban manchadas a los ojos de Dios, por eso no podía presentarle ninguna de ellas como premio. Todas tenían un poco de vanidad, de autoafirmación, de querer ser querido por otros o admirado, o incluso de que Dios la mirara benévolamente. Por eso decía: «A la tarde de esta vida, me presentaré delante tuyo con las manos vacías, pues no te pido, Señor, que tengas en cuenta mis obras. Todas nuestras justicias tienen manchas ante tus ojos. Quiero, por tanto, revestirme de tu propia Justicia, y recibir de tu amor la posesión eterna de vos mismo. No quiero otro trono y otra corona que a Ti, ¡Amado mío!» (Acto de Ofrenda al Amor Misericordioso)
A la tarde de esta vida me presentaré delante de tuyo con las manos vacías.
Acto de ofrenda al Amor Misericordioso, Santa Teresita.
He aquí el caminito del todo nuevo, un corazón que acepta interiormente la violencia de que el amor y la misericordia de Dios son más grandes que todo lo que podamos ofrecerle, más grandes que nuestra mayor obra de amor. No suele resultarnos un camino fácil porque implica padecer el amor de Dios gratuitamente sin que nada de lo que podamos hacer en este mundo sea digno del amor que recibimos del Él. Esta es una hermosa verdad, pero nos duele aceptarla y vivirla. Sin duda, Teresita intercederá desde el cielo para que aquellos que se animen a vivir este camino sean invadidos del todo por el amor misericordioso de Dios.
Y para terminar te dejo para rezar este poema de Miguel de Unamuno que realmente resume el caminito de la infancia espiritual:
Agranda la puerta, Padre, porque no puedo pasar. La hiciste para los niños, yo he crecido, a mi pesar. Si no me agrandas la puerta, achícame, por piedad; vuélveme a la edad aquella en que vivir es soñar.
¡Dios te bendiga!
Gracias por tan hermosa reflexión! Bendiciones!
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