«Vayan por todo el mundo y anuncien la Buena Noticia» Mc 16, 15
Estas palabras resonaban en nuestros corazones, palabras que los sacerdotes testimoniaban con sus gestos. Nos preparábamos para la misión con la oración y múltiples detalles para la organización: toda la comunidad parroquial participaba en la misión.
Los que viajábamos al interior nos sentíamos llamados de una manera especial a compartir nuestra fe y el amor a Jesús anunciando la Buena Noticia que ardía en nuestro corazón.

Todo ese amor que Dios nos regalaba se manifestaba en bienes materiales y detalles que preparábamos pensando en la alegría que traería para tantas personas.
¡Qué linda, la fe sencilla, la riqueza del Evangelio hecho vida en la generosidad y gratuidad con las que cada familia nos abría las puertas de la casa y, sobre todo, del corazón!
Cuántas imágenes del Evangelio se nos hacían presentes: la viuda que entregaba todo en sus dos moneditas, la tierra buena de la parábola del sembrador, los llamados felices en las bienaventuranzas…
Con el correr de los días, el entusiasmo del principio iba dejando lugar a encuentros más profundos nacidos de la contemplación; también, el cansancio nos ayudaba a una serenidad interior, a esa mirada silenciosa de una realidad que nos desbordaba: ¿fuimos misionar o a ser misionados?
Nos asombraba la participación en la celebración de la misa y de los sacramentos que esperaban tanto… Algo tan cotidiano para nosotros y que para ellos era extraordinario. Nos ayudaban a revalorizar nuestra fe.
Nos asombraba la capacidad de crear comunión, de hacer fiesta… la guitarra, el mate y las ganas de compartir eran suficientes. Nos ayudaban a recrear el encuentro.

Nos asombraba esa respuesta generosa y total a la oración: a pedir, a dar gracias, a adorar… Nos ayudaban a acrecentar nuestra sed de Dios.
Cada despedida nos hermanaba más quedando todos bajo el manto de la Virgen María, nuestra Madre. Nuestra mente y nuestro corazón guardaban los rostros, las historias, los sufrimientos, las alegrías, los deseos, los sueños… Toda aquella vida fue capaz de transformar la nuestra cuando dejándonos iluminar por Jesús supimos que Él nos quería misioneras en su Iglesia, pero desde otro lugar: el Carmelo.
Hoy desde el Carmelo de Santa Teresita, Patrona de las Misiones, ¡seguimos misionando! Les compartimos este testimonio y, con el Evangelio del día de su fiesta, los invitamos a la alabanza: “Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, por haber ocultado estas cosas a los sabios y a los prudentes y haberlas revelado a los pequeños…”.
Por la Hermana Leticia del Buen Pastor y la Hermana Lidia de Jesús
