Te invitamos a tener un ratito de oración en este Jueves Santo, con una meditación del padre Ale Pavoni. Comenzamos leyendo el Evangelio de hoy: Jn 13, 1-15.

Si algo recordamos de la misa del Jueves Santo, seguramente sea el lavatorio de pies. Hoy, este gesto no se va a realizar en ninguna misa. Y podemos decir… “¡Uh…! ¡Otra cosa que esta cuarentena nos saca!”. O… podemos, como en toda esta cuarentena, ver la parte llena del vaso y pensar de qué manera aprovechar esto.

El lavado de pies de Jesús fue simplemente un gesto, un signo que, valga la redundancia, significa algo más. De ahí viene la pregunta que les hace Jesús a sus discípulos y nos hace a cada uno de nosotros hoy: “¿Comprenden lo que acabo de hacer con ustedes?” (Jn 13,12)

¿Comprendemos? No simplemente con la cabeza. Entender a Jesús es entrar en su modo de pensar, pero también de amar. Ese gesto lo hizo antes de ser entregado y clavado en la cruz, o sea, antes de morir. Es una especie de legado. “Él, que había amado a los suyos que quedaban en el mundo, los amó hasta el fin” (Jn 13,1) Preguntémonos… ¿Le lavo los pies a los demás en mi vida diaria? ¿Tengo esa actitud de servicio incorporada?

Es eso lo que quiere Jesús. Hoy y cada día. Por eso, aceptemos este legado que nos hace y revisemos con qué gestos concretos en nuestras vidas podemos llenar este vacío que nos deja el Jueves Santo en cuarentena…

Ilustraciones del padre Martín Clavijo


Continuamos este itinerario de oración acompañando al Señor a morir en su Pasión. La meditación de hoy será guiada por el padre Guido Petrazzini, junto con el viacrucis ilustrado del padre Martín Clavijo. Comenzamos leyendo el Evangelio: Jn 18,1-40.19,1-42.

El viernes santo, la Iglesia recuerda el gesto más grande de Jesús: dar la vida. Si hay algo que hace siempre Jesús es hacer lo que dice o lo que enseña. Así que como Él mismo había dicho «no hay mayor amor que dar la vida por los amigos», se encamina a concretarlo literalmente.

Este día, normalmente, participaríamos de algún viacrucis viviente. A veces todo es tan realista que nos conmueve hasta lo más íntimo. Recordar todo lo que sufrió Jesús, cómo le pagaron, lo sangriento que fue todo, tratar de imaginar el dolor de las espinas o de los clavos es algo que nos supera… La indignación por los que se lavaron las manos y no hicieron nada, por los que lo traicionaron o se borraron… tantas cosas…

Uno podría preguntarse ¿para qué todo esto? ¿Por qué? ¿Hacía falta? Hoy leemos y rezamos con la Pasión según San Juan. Este evangelio le llama a la pasión la “hora de Jesús”. Porque en realidad lo que nos quiere transmitir es que este es el momento de la máxima glorificación de Jesús. Es justamente acá donde Jesús se revela como el hijo amado de Dios. Sí, sólo el hijo de Dios puede pasar por esto transformándolo en un acto salvador, en una ofrenda de amor y de misericordia, en un prueba fehaciente de que Él no nos condena sino que prefiere morir antes Él que vernos a nosotros condenados o muertos por el pecado.

Es por eso que los que lo vieron morir creyeron. ¡Creyeron que Él era el Hijo de Dios! Y nosotros después de contemplar una vez más lo que hizo por nosotros… ¿Creeremos en Él definitivamente? ¿Nos abandonaremos de una vez por todas en los brazos misericordiosos de Jesús? ¿Seremos capaces de confiar en Él para siempre? ¿Comprenderemos de una vez que nosotros también somos hijos amados de Dios? Por eso en este viernes santo… dejate amar. Animate a leer la Pasión de Jesús y como el discípulo amado permanecé muy cerquita de Él.


Llegó el momento de celebrar la Vigilia de Pascua: ¡Jesús resucitó! Acompañamos la meditación del padre Guido Petrazzini leyendo el Evangelio: Mt 28, 1-10

¡Llegó el gran día! ¡Llegó la Pascua! Llegó el momento de gritar a los cuatro vientos: ¡Es verdad! ¡El Señor ha resucitado! Y no sólo se apareció a Simón y a las mujeres, y a los discípulos, ¡también se me apareció a mí! Y por eso la alegría es grande, es honda, es sincera, es desbordante! Qué bella es la experiencia de sentir a Jesús resucitado, de sentirlo vivo dentro de uno, que uno estaba muerto y volvió a la vida, que cambió nuestro luto en danzas.

Casi que puede compararse a las ganas de que se acabe la cuarentena y salgamos corriendo a abrazar a tantos que hace semanas no vemos físicamente. ¿Pero acaso la cuarentena o el coronavirus podrá con nuestra alegría, con nuestra esperanza, con la fuerza irrefrenable de la experiencia de la Vida que nos trae Jesús? ¿O podrá reprimir nuestro deseo de amar, de ayudar, de ser solidario, de acercarnos al que más nos necesita?

Como dice hermosamente el Salmo 117: «¡No, no moriré, viviré para contar lo que hizo el Señor!» Que el Espíritu Santo, que en toda época y circunstancia inspiró a los cristianos a comunicar la Buena Noticia, nos guíe hoy para que este mensaje vuelva a volar hasta los confines de la tierra hasta que encuentre al último de los hombres y mujeres que estén sin ganas de vivir!

Ilustraciones del padre Martín Clavijo

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