«¿Cómo dejar la vida parroquial?», fue la pregunta que guio las inquietudes vocacionales de Liliana. Es que se había criado en la calidez de ese ambiente, en la parroquia marplatense San Antonio de Padua, su segunda casa. Viene de una familia católica practicante y ella es la segunda de siete hermanos. Se graduó como profesora de Enseñanza en Educación Primaria, oficio que ejerció por corto tiempo. En su corazón y, sobre todo, a través de la escucha de la Palabra de Dios, sentía el llamado a la vida religiosa. Sin embargo, no buscó una congregación educacionista, como podría deducirse a partir de su vocación docente. “Mi entrega pasaba más por la vida de la parroquia y las herramientas educativas las practicaba en mi servicio parroquial”, explicó la hermana, en diálogo con Iglesia Millennial.
De forma providencial, conoció a las Hermanas Auxiliares Parroquiales de Santa María, congregación fundada en 1933 por el padre Rodolfo Carboni, quien vio la necesidad de religiosas que estuvieran totalmente al servicio de la parroquia. Desde el inicio, ellas nacieron sin hábito, lo que en ese entonces, antes del Concilio Vaticano II, era poco común. “Nosotras nunca usamos porque el padre nos quería muy cercanas a la gente y veía que el hábito generaba cierta distancia”, explica. El carisma se centra en una espiritualidad mariana y sacerdotal.





«Toda la ofrenda que hice, Él la multiplica y la transforma»
A pesar de no parecer religiosas en su vestimenta, las hermanas viven sus votos y entrega total como consagradas. “Lo que más me costó dejar fue a mi familia”, confiesa. Con tan solo 22 años, cuando faltaban solo diez días para que Liliana entrara como postulante, falleció su papá de forma repentina. La pascua de su padre cambió sus planes y decidió esperar para entrar a la congregación. Sus hermanos menores eran chicos y sentía que era momento de quedarse con su familia. Un año después, le llegó la hora de dar un nuevo “sí”, uno de sus “sí” más grande. “Dios no se desdice. Toda la ofrenda que hice, Él la multiplica y la transforma”, comenta.
La sede central de las hermanas se encuentra en el barrio porteño de Almagro. En Argentina, también se encuentran en San Salvador de Jujuy y en Chilavert, localidad de la provincia de Buenos Aires. También tienen una casa en África, en la diócesis de Xai – Xai, Mozambique. Otro “sí” radical que Liliana tuvo que dar cuando la congregación fue convocada a sembrar su carisma en otro continente. Que un obispo africano las llamara a ellas les parecía algo inverosímil. Las hermanas fueron llamadas a ofrecer su entrega a la Iglesia más allá de las fronteras nacionales y culturales.
En ese entonces, una de sus hermanas de sangre, Mariana, se encontraba en estado de coma persistente en su casa de Mar del Plata y, para Liliana, mudarse a África hubiera implicado estar a un océano de distancia de ella. “Si le pasaba algo a mi hermana y yo estaba tan lejos, ¿cómo hacía para acompañar?”, se preguntó. “Pero, yo sentí una fuerza por dentro tan grande que me di cuenta de que yo podía irme lejos con la confianza de que Dios cuidaba a Mariana y a mi familia”, expresa.
“Dios te da la gracia para vivir cada momento de tu vida y para vivir todo lo que Él te pide, porque Él es siempre fiel”, confirma la religiosa. “¿Por qué te digo que Dios es siempre fiel? Porque el día en el que Mariana murió, yo estaba a su lado”. Liliana había ido a Buenos Aires para el capítulo general y aprovechó para ir a Mar del Plata para saludar a su hermana por su cumpleaños número 40. “El día del festejo fue un día bellísimo. Aún en su estado, ella estaba bellísima, se la veía radiante. Cinco días después se descompensó repentinamente y Jesús la vino a buscar”, expresa.
«No es que por ir a África somos más misioneras»
En África, la hermana Liliana vuelve a sentir la cercanía de los vínculos familiares vividos con sus parientes de sangre y hermanas religiosas. “En Mozambique, la familia es muy importante y más amplia. Para ellos los primos son hermanos, como para Jesús”, aclara. Los nativos incluyen a las hermanas como parte de su comunidad familiar y las invitan a cumpleaños, funerales y otros eventos.



Las tres palabras con las que Liliana definiría el carisma de la congregación son: comunión, intercesión y ofrenda. «Comunión porque es una relación permanente y eclesial con toda la Iglesia; la intercesión es por la actitud permanente de ser puente para llevar a nuestros hermanos al Señor y viceversa; y ofrenda como entrega cotidiana y sacerdotal», explica. «No es que por ir a África somos más misioneras, toda nuestra vida es misión«, aclara la hermana. Tanto en Argentina como en Mozambique se centran en lo parroquial y diocesano, así como en lo barrial. Liliana dirige la secretaría pastoral de la diócesis de Xai- Xai, un servicio que le apasiona. En sus diez años de misión en el continente, la hermana afirma su más grande certeza: “En la Iglesia no existen extranjeros”.