El arte religioso en América Latina forma parte de un gran legado cultural y espiritual. El paso de los años no impidió que de generación en generación se fueran transmitiendo técnicas, estilos y herramientas que ayudaron a alimentar la fe los pueblos y sus creencias.
Raquel Majorel es de Córdoba, esposa, mamá de cuatro hijos, maestra jardinera, decidió dedicarse a promover el arte religioso a través de pequeñas imágenes. Estudiosa del Concilio Vatinano II, se sintió interpelada por la invitación a los artistas que eran llamados a trasladar su arte a la Iglesia, sin tener que disociar la fe, de sus talentos. Raquel es una artesana apasionada de lo que hace, cada detalle en las imágenes que crea cobra vida para trasladarnos a escenas de la vida cotidiana de los Santos y Santas de nuestra Iglesia. Pudimos charlar con ella para que nos contara sobre el proceso y la experiencia que vivió en Colombia, donde descubrió y se encontró con este arte tan particular.
—¿Cómo aprendiste esta técnica y qué materiales prevalecen?
—La técnica se llama “Arte Quiteño”, es el arte que los padres dominicos enseñaron a los nativos en el virreinato de Nueva Granada para impulsar la fe. Antiguamente eran tallas de madera que luego se trabajaban con telas por encima. Yo he reemplazado la talla de madera por arcillas poliméricas -tipo porcelana fría- para trabajar la cara, las manos y los pies con esos materiales. El resto lo hago con telas, que es lo que hace que la imagen parezca viva. Por otro lado, incorporé elementos del Belenismo Español, pequeños detalles para armar escenas y no solamente la figura del Santo. Hice cursos en Colombia; el arte religioso allá es una expresión que se da en muchos lados. En todos los hogares encontrás a la Virgen, hay una fe muy manifiesta. Cuando volví a Argentina, continué con los cursos por internet y después le puse mi impronta: me gusta mucho bordar, me gusta mucho pintar, entonces le fui agregando ese tipo de cosas.
—Me sorprende como recreás escenas, ¿cómo llegás a materializar algo tan cotidiano de la vida de un santo?
—Yo siempre digo que el proceso mío es partir de una obviedad: los santos, alcanzan a la santidad para estar en la iglesia, a través de un proceso, y yo lo que quiero reflejar no es el santo en la iglesia, sino justamente el proceso que lo llevó a la santidad, es decir, reflejar su vida. Justamente, como soy docente, quiero llegar especialmente a los jóvenes y a los niños y me imagino como si fueran estampas de las selfies de hoy en día en las redes sociales. Digo, ¿qué publicaría hoy Brochero en una red social?, por ejemplo: «estoy aquí con el enfermo, estoy aquí trabajando». Entonces trato de imaginar y actualizar esa imagen, porque si no, es como que en el templo las imágenes resultan distantes para los chicos. Primero, por supuesto, hay que hacer todo un trabajo de lectura de la vida, una interpretación, me tiene que tocar el corazón para poder representarlo.
—¿Qué fue lo que te impulsó a dejar tu profesión como docente para dedicarte a ser artesana de tiempo completo?
—La parábola de los talentos es para mí una de las que ha marcado mucho, me parece que, si una ha recibido un talento, hay que dar testimonio. Evidentemente, mi forma de dar testimonio de la fe es esta y me siento muy comprometida con eso. La carta de San Juan Pablo II a los artistas me tocó el corazón, en un punto sentís que no sabés si está bien lo que estás haciendo, estar retratando imágenes tan sagradas, tan santas, te da miedo de no estar a la altura. Después que leí la carta, dije: “bueno, lo voy haciendo” y en el paso de estos años -que ya son como 10 o 12-, fui mejorando. Juan Pablo me movilizó, es un papa que lo viví muy de cerca, lo he visto cuando visitó argentina, lo he sentido muy cerquita en mi adolescencia, entonces cuando me llegó la carta dije: “tengo que seguir con esto”.
—¿Cómo percibe la gente tu obra, qué comentarios recibís al respecto?
—Mirá, la verdad es que realmente se recibe mucho. Primero en mucha gente recibís el llanto, es decir, la emoción que llega y genera realmente un agradecimiento muy grande. En los niños, el dibujo colorido de mi obra, ellos lo replican de una forma muy dinámica, evidentemente es porque han sentido que el santo es una persona, una persona que vivió y no como alguien que está en una estatua fría. Y después también el diálogo que genera, por ejemplo, en el caso particular del Cura Brochero, en éstas muestras que fueron peregrinando, los abuelos que cuentan historias a los nietos, los papás que cuentan historias que escucharon. Moviliza a una familia y eso me parece muy significativo para la transmisión del valor de la obra.
Las obras son creaciones intransferibles, se las hago a esa persona y la hago pensando en ella, pensando en ese pedido especial.
—Las imágenes creadas, ¿surgen de vos o recibís pedidos especiales?
—A mí me gusta hacer siempre algo distinto. Suelo sugerir: “¿Qué te gustaría que retrate?» Prefiero que me den un texto bíblico y que a partir de ahí la providencia me lleve. No me gusta copiar imágenes. Pero en cuanto a esas escenas cotidianas, las imagino y sobre todo me gusta tener en cuenta el receptor porque me parece que en esa empatía se encuentra un mayor sentido. Entonces, trato de estar muy en sintonía con la persona que va a recibir la obra. Por eso digo que son creaciones intransferibles, se las hago a esa persona y las hago pensando en ella, pensando en ese pedido especial.
—¿Por qué representaste la vida del Cura Brochero?
—Cuando regresé a la Argentina, fue en el momento de la beatificación del cura Brochero y ahí comencé. La vida del cura Brochero fue lo primero que hice. Es argentino, cordobés, tiene la esencia tan de nuestros serranos, y la verdad es que el cura llegó a mi corazón y fue él mi primera gran creación, realmente le debo toda esta iluminación para el arte religioso. La muestra itinerante -yo digo- es mi quinto hijo. Es, verdaderamente, mi mayor orgullo. Esa muestra lleva seis años. Recreé la vida de Brochero para niños, es un santo que vivió en una época donde no había posibilidades de fotos, sus cosas fueron quemadas porque se enfermó de lepra. Entonces hice la vida del cura Brochero con la idea de que pase por colegios, que su vida sea conocida por muchas personas. Surgió y empezó a pasear. Inexplicablemente la muestra lleva cinco años paseando, recorrió toda las provincias de Córdoba, Santa Fe, la pandemia la encontró en Misiones, pero pronto regresa, hace tres años que no la veo.
Me la habían pedido para el museo Brocheriano, me daba tanta pena cortar este peregrinar, que repliqué la muestra. Hay una que está ahora en una exposición permanente en el Museo de Villa Cura Brochero. Son 10 escenas, un poco más cuidadas, más protegidas, las hice un poco más grandes. Esas ya llevan un año allí, las hermanas les han hecho una cúpula a cada una, están bien cuidadas. La otra sigue itinerando y paseando por todo el país, ahora viene para Río Cuarto y seguirá. Con la muestra trato de materializar eso, la gran obra de este gran gestor que fue nuestro querido cura Brochero.
—¿Cómo hay que hacer para tenerla?
—Hay que rezar y soplar el poncho, porque Brochero va determinando a qué lugares quiere llegar.
—¿Podés contarnos sobre los demás trabajos que realizás?
—“Semillas de fe” es un trabajo en semillas y realizado en miniaturas. He decidido trabajar con semillas, tomando la encíclica de Francisco, donde nos habla del cuidado de la naturaleza, del reciclado, tomar algo que la naturaleza nos da. Tengo una línea de pesebres en calabazas de mate, adentro de semillas de nuez, en semillas de jacarandá, que parece que es como el cierre de la creación, porque estoy tomando un elemento de la naturaleza y allí adentro coloco el pesebre o la imagen de un santo y eso lo enriquece.
Por otro lado, siempre le digo a quien lo recibe, en la línea de la nuez -que adentro tiene un santo y un denario- que esto te posibilita también el trabajo de un retiro espiritual, porque es la oración semilla de fe, semilla de esperanza; todo metidito adentro de una nuez.
—Hacer arte religioso como proyecto de vida, ¿trajo cambios en tu historia?
Me trajo mucha paz hacer arte religioso, para mí todo el año es navidad.
— Indudablemente sí. Primero me trajo mucha paz hacer arte religioso, para mí todo el año es Navidad. Yo vivo entre pesebres, vivo leyendo la vida de los santos; lo que cualquier persona haría en su tiempo libre, yo lo hago todo el día. Realmente soy una privilegiada, es maravilloso y muy placentero. Por otro lado, es una tarea que te permite estar en oración, al estar tratando la vida de un santo, estoy en oración permanentemente.