¡Bro…!
Hermano que se elige…
Copiloto de la vida…
Tesoro encontrado…
En nuestros primeros recuerdos, sentados en el piso de la ronda del jardín de infantes, llegando de la mano de alguien más grande a los festejos de cumpleaños o jugando en la plaza, ya está presente la palabra “amigo”: “Saludá a los amigos”, “hacete amigo de…”, “jugá con los amigos”.
La vida fue avanzando y muchas circunstancias hicieron que nos enfrentáramos con el verdadero sentido de la palabra “amistad”: alegrías y dolores; encuentros y soledades; proyectos y frustraciones, intentos, ilusiones y desengaños. Momentos en que nos dimos cuenta de que nuestros amigos pueden ser compañeros para jugar, pero que la amistad no es un juego. Momentos en los que lo superficial cayó y dejó paso a lo auténtico. Momentos en los que intuimos lo misterioso, grande y sagrado de esa relación de amistad, de su hondura, que reclama compromiso y que se convierte en un camino de confianza y amor.
Y, si alguna vez pudimos parar y pensar (casi contemplar) este oasis que es la amistad en lo complejo de las relaciones humanas, sabemos que hay mucho para agradecer, para rezar y para ponerse a trabajar. Porque la amistad no la programamos, ni la diseñamos, ni la forzamos; sí la cuidamos y podemos decir que tiene de gratuidad lo que tiene de belleza.
La amistad es la alegría del otro
Hno. Christophe
Con un amigo sos vos mismo, porque sabés que, aunque quieras disimularlo, él sabe cómo estás: conoce tus gestos, tus tonos de voz y tus silencios. Un amigo verdadero quiere más que nadie (quizás hasta más que vos) tu felicidad. O, en palabras del Hno. Christophe, “se podría decir, simplemente, que la amistad es la alegría del otro”.
Imposible llegar hasta acá hablando de la amistad sin pensar en Jesús. Porque ‘amigo’ es una expresión del Evangelio. Dios es amistad: desde que Él quiso venir a encarnarse en este tejido de vínculos humanos, convirtió esto en un hecho histórico. “Amigo” es una palabra en boca de Jesús; palabra a la que Él le dio su sentido más pleno y la convirtió, así, en palabra arriesgada. “No hay amor más grande que dar la vida por los amigos”. El Dios Amor, definiendo el Amor, nos habla de amistad.
En el Carmelo, tenemos la amistad como carisma desde que, en el siglo XVI, santa Teresa definió la oración como “tratar de amistad, estando muchas veces a solas con quien sabemos nos ama”. Y en la impronta que quiso darles a las comunidades carmelitas, nos señaló: “Aquí todas han de ser amigas, todas se han de amar”.
Toma a Jesús por amigo y sabrás amar
San Juan de la Cruz
También San Juan de la Cruz nos regala un desafiante programa de vida: “Toma a Jesús por amigo y sabrás amar”. Pero es Jesús quien nos toma primero a cada uno como amigo: el que está casi empeñado en mi felicidad, perseverando con su presencia incondicional en mi vida, en todos mis tiempos. Esta terquedad de Jesús nos impulsa a decirle como lo hace un himno de la liturgia: “¿Qué tengo yo que mi amistad procuras?”.
En este día, próximo a la fecha en la que celebramos y agradecemos especialmente por nuestros amigos, queremos compartir con vos esta oración e invitarte a escuchar la canción «Tratar de amistad», compuesta por las hermanas Carmelitas Descalzas del Carmelo Santa Teresita:
Estás. Quiera verlo o no, estás. Incluso cuando me propongo no mirarlo.
De muchas maneras, en todo momento y en todos mis días.
Para ofrecerme tu mirada.
Para confiarnos al silencio.
Para decirme una de tus Palabras de Vida.
Para que tu Presencia me rescate, me aliente, me calme y anime.
Para caminar conmigo por nuevos o conocidos caminos.
Para convencerme de la felicidad que soñaste para mí.
Para encontrarnos, simplemente, maravillosamente.
Hermana Lucía María de Jesús Eucaristía (OCD)