Todos experimentamos alguna vez esa alegría que siente el corazón cuando alguien que queremos está por llegar. Se me vienen a la mente la ansiedad y el entusiasmo con que, cuando era niña, esperaba, mirando por la ventana, que mi papá llegara de trabajar, para ir a abrirle la puerta y abrazarlo con fuerza. O cuando, después de un año atravesado por las distancias que nos impuso imprevistamente la pandemia, volví a reencontrarme con amigos, a sentir su compañía, su presencia. ¡Qué hermoso que es saber recibir! Acoger con gratitud, abrir la puerta y ser esa primera mirada, esa visita providente que trae consigo un mensaje de amor.
¡Qué hermoso es saber recibir!
En este tiempo que llamamos Adviento estamos esperando a alguien que es muy especial e importante para nosotros. Esperamos a alguien a quien amamos y a quien queremos amar cada día más. El valor de Su venida es tan inmensurable como el amor que nos tiene el Dios que se hace hombre, que se hace niño porque quiere abrazar con ternura y compasión todo lo que somos, nuestras luces y nuestras sombras. Entonces, si ya tenemos la certeza de que viene, mi invitación es a que no nos demoremos en ir preparando nuestro corazón con la intención de recibirlo, y que no nos perdamos de la fiesta de esperanza que significa Su venida para nuestra propia vida y la de todos.
¡No nos perdamos de la fiesta de esperanza que significa Su venida!
Te invito a pensar un momento: ¿con quién se encontraría Jesús hoy si lo invitáramos a nuestra casa?… Podríamos intentar ponerle nombre a esa mezcla de sentimientos que se produce dentro de nosotros en este final de un año tan particular. Podríamos ir ordenándonos de a poco para ir dejando entrar la brisa de la alegría que nos genera recordar quién viene. En este sentido, podríamos tener dudas o incluso haber olvidado el cómo recibir. Puede ser que nos hayamos alejado y que ese abrazo que enciende se nos haya enfriado un poco. A no desesperar, ¡a todos nos pasa alguna vez!
¡No dejemos que nos roben el Adviento!
¡Qué bueno sería aprovechar este tiempo de Adviento, que lo urgente no nos tape lo importante, que las agendas repletas de actividades de fin de año no enmudezcan el mensaje de esperanza que Dios expresa al mundo con la venida de Jesús, que las vidrieras no sean más importantes que las visitas al Santísimo o al confesionario! ¡No dejemos que nos roben el Adviento! Cuidemos este tesoro de nuestra fe, este tiempo de oro, sumamente valioso; dejémonos amar por Aquel que viene para que pase, se quede y nos transforme.
¿Eres feliz porque viene?
Amén