¿Es Adviento? ¿Por qué la reflexión de esta solemnidad de la Ascensión de Jesús al cielo comienza con una expresión que reluce de manera especial en los días previos a la Navidad? ¿No sería mejor verla como una despedida del Maestro de la vida, el hecho mismo de volver al Padre?

Poco a poco va culminando el tiempo pascual en la Iglesia y pareciera que desde el quinto domingo de Pascua se va perdiendo toda la solemnidad, el decoro y la elegancia con la que se daba apertura a la cincuentena en la noche santa de la Resurrección. Vendrán días en los que cada domingo desde el 4 hasta el 19 de junio se celebrarán tres solemnidades en las cuales se honran un trío de grandes acontecimientos y misterios de la fe cristiana católica: Pentecostés, La Santísima Trinidad, y el Cuerpo y la Sangre de Cristo.

¿Y después qué? ¿Se acabó todo? No. Se retoma el tiempo ordinario desde la octava de Pentecostés hasta la Solemnidad de Jesucristo Rey Universal, con la que concluye el año litúrgico.

Jesús que se va a prepararnos un lugar en la casa del Padre

A los ojos del mundo y de cristianos con una experiencia de fe tal vez mal entendida, muchas veces por ignorancia o por falta de operarios en la mies abundante, no se descubre ni mucho menos se logra dar la importancia y el debido sentido a la riqueza de la celebración litúrgica que precisamente tiene su núcleo en la Pascua del Señor y pide su pronto regreso con la gran plegaria del Maranatha; he aquí el hilo conductor para comprender a Jesús que se va a prepararnos un lugar en la casa del Padre y así estar nosotros donde él está (Jn 14, 2-3).

La solemnidad de la Ascensión tiene como fin celebrar la esperanza cristiana de la vida eterna, la cual tiene su plenitud en el Cristo de la fe que asciende a la vista de todos dejando a sus seguidores dos promesas: la fuerza del Espíritu Santo que descenderá sobre ellos y la segunda venida, de la misma manera en que se le ha visto partir.

La comunidad de los santos vivirá en constante espera anunciando el Evangelio a todas las naciones

Cuarenta días han trascurrido desde el inicio de la Pascua, como cuarenta fueron los días previos en los cuales resonó siempre en nuestros oídos la invitación a la conversión, o sea, a volver el corazón a Dios escuchando su voz. Diez días después de la Ascensión tendrá lugar el gran acontecimiento con el cual la Iglesia, recién nacida del costado abierto de Jesús muerto en la cruz, recibirá al Gran Consolador y adquirirá el valor suficiente para hacer vida el mandato evangélico dado por el resucitado en el contexto de la Ascensión: “Vayan, entonces, y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a cumplir todo lo que yo les he mandado. Y yo estoy con ustedes hasta el fin del mundo” (Mt 28, 19-20).

Vale la pena resaltar la última parte del envío misionero pascual como el eje central de la petición hecha desde los inicios de la Iglesia: clamar en todo momento al Señor para que venga pronto definitivamente, sabiendo que Él estará presente siempre y, por ende, queremos el encuentro definitivo con Él.

Qué raro es Dios, ¿verdad? Se va sin dejarnos…

Qué raro es Dios, ¿verdad? Se va sin dejarnos. Pero Jesús no se ha ido en el sentido de ausentarse, sino que con su paso de esta vida al Padre, sobrepasa el mundo mutable para prepararnos y recibirnos en la vida que nunca termina. En pocas palabras: Jesús, que asciende al cielo, no está atado a leyes físicas que lo condicionan para vivir a la medida del mundo, sino que su victoria sobre el mundo hace que su cuerpo místico jamás se separe de la cabeza que la preside en todo.

¿Adviento? Sí. La comunidad de los santos vivirá en constante espera anunciando el Evangelio a todas las naciones mientras aguarda la gloriosa venida de su salvador, reunidos todos sus miembros como los apóstoles en compañía de María, la madre de Jesús y madre de la Iglesia, elevando siempre la doxología al Padre por Cristo en el Espíritu Santo, diciendo: “¡Ven, Señor Jesús!”

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