María del Carmen Dany, también conocida como Mary Dany, se dedica al arte desde que tiene uso de razón. Ya desde chica se entrenaba en los dibujos, y luego estudió Bellas Artes y se dedicó a ser profesora. Hoy, está jubilada y sirve a la Iglesia a través del arte con mosaicos. Así, entre azulejos, la historia de María está llena de las huellas de Dios.
“El tejido que Dios fue haciendo uno lo ve a la distancia”, comentó María a Iglesia Millennial. Cuando comenzó a trabajar, fue profesora de Plástica, Tecnología y Catequesis, es decir, ya desde un inicio, la fe y el arte estaban conectados en su vida.




Si bien toda su carrera se volcó a la profesión artística, conoció el mosaiquismo hace ocho años, en el 2014. Reconoce que Dios fue encausando “para dónde llevar ese arte”. En la actualidad, se dedica a elaborar mosaicos religiosos para distintos templos católicos. Hace obras grandes, chicas y hasta del tamaño de una pared. Además, se encuentra dando clases particulares de arte mosaiquista.
“Mi taller es taller de oración. Yo le pido al Espíritu Santo que me ayude. Soy una pinza acá. Es el espíritu el que está trabajando. Yo soy un instrumento”, expresó María. A su vez, aclaró que nada es magia: “Se suma el estudio, la pasión por el arte y el amor a Dios. Se junta todo esto”.
Las obras de María del Carmen recorren toda la Argentina. En la ciudad de Buenos Aires, la basílica Santa Rosa de Lima, el santuario San Ramón Nonato, la parroquia Santa María, y por supuesto, su comunidad del Luján Porteño, entre tantas otras, gozan de contemplar su arte. “El don que Dios me dio debe tener un sentido. Cada imagen está muy guiada, tiene un propósito, no es hacer por hacer”, señaló.
«Mi taller es taller de oración»
En una ocasión, el párroco de su comunidad del Luján Porteño en Flores le pidió a Mary que realizara 80 mosaicos para llenar el barrio con imágenes de la Virgen y el Negro Manuel. Ella reconoce que fueron sus “huellitas misioneras”, y señaló: “Vos vas por las calles con alguna preocupación y te encontrás con la Virgen en el camino. De algo tan chiquito, no sabemos cuánta gente se habrá encontrado con Jesús; cuánta gente en uno de mis mosaicos puede poner su mano y pedirle a Dios. No sé. Es algo que uno no se puede imaginar. Uno hace el aporte y Dios obra”.
Durante la pandemia, los actos de servicio de María, como la visita a los geriátricos, se vieron interrumpidos. A pesar de esto, la cuarentena no la puso de brazos cruzados. Decidió ayudar a Cáritas desde su arte. Para eso, realizaba mosaicos de la Virgen de Luján y los regalaba a la gente a cambio de alimentos. Empezó a publicar esta propuesta en Facebook y en Instagram, y empezaron a llegar los pedidos, y así, comenzaron las donaciones, incluso de gente del interior del país. “Fue una red de evangelización. Cuánta gente se encontraba con la Virgen”, comentó agradecida.
A mediados del 2021 su vida dio un giro. Ella y su esposo se enfermaron de Covid 19, y ella comenzó a transitar uno de los peores momentos de su vida. “Estuve frente a la muerte”, recordó. María estuvo en coma por un tiempo, y sus seres queridos y todas las comunidades donde había dejado su huella no cesaban de rezar por ella. Finalmente, despertó un 16 de julio, el día de la Virgen del Carmen, su patrona.
María vivió su renacer, pero su dolor se hacía más fuerte. Su esposo había fallecido y ella estaba paralítica. Entre tanto sufrimiento, se miraba las manos y se preguntaba si podría volver a hacer arte algún día. “Yo no voy a poder hacer más mosaicos porque voy a expresar las tristezas”, pensó.
«Las obras que hice a partir de que me levanté de la cama son más luminosas»
Sin embargo, Dios le tenía preparado otra cosa: sacar luz de la oscuridad. Al poco tiempo, volvió a caminar y retomó su trabajo. Su primera obra desde su recuperación fue la del beato Carlo Acutis para la parroquia Santa María, un mosaico lleno de colores vivos que transmite el testimonio de vida del joven millennial: su santidad en jeans y zapatillas y su amor por la Eucaristía.
“No sabés la cantidad de lágrimas que tienen esos azulejos, se las ofrecía a la Virgen”, confesó y agregó: “Las obras que yo hice a partir de que me levanté de la cama son super luminosas, tienen una cosa que no las hacía antes”.





María del Carmen reconoce que desde que se despertó no paró de trabajar, pero a la vez, esa tarea le llena el corazón y admite que es un regalo de Dios. “Hacer una imagen religiosa no es correr, yo estoy rezando a través de la imagen. Es para que yo pueda rezar y hacer arte a la vez”. La Providencia se hace sentir a su paso porque cada vez que termina un trabajo, la llaman para otro. Por eso, es como si Dios planeara todo mientras ella pone al servicio sus manos, su arte y oración.
“El año pasado todavía estaba dormida, y hoy estoy en salida. Voy y vengo para ayudar a los demás. Eso es lo que vale la pena. No hacer arte para mí, para guardarlo en mi casa; no me sirve de nada. El arte tiene que estar en salida”, concluyó la artista.