Artesanos de lo de adentro

Maestros del amor simple, pero profundo. Refugios, luces, guías, segundos padres en muchos casos. Nuestras necesidades más profundas satisfechas y –hasta me animaría a decir– saciadas por una existencia muy concreta: nuestros abuelos. Abrazos de paz donde la ternura se torna verdadera. Raíces de las que nuestros espíritus jóvenes e inexpertos pueden nutrirse de la sabiduría de los pies que tienen largos años recorridos e innumerables anécdotas de cómo superar los obstáculos en el camino de la vida. Es que los abuelos son artesanos de lo de adentro, tienen las manos tan suaves que son de las únicas que se meten dentro sin lastimarnos.

La espiritualidad de los abuelos es un tesoro que los nietos debemos valorar, recordar, imitar y seguir compartiendo. Los abuelos, a pesar de que algunos ya se hayan ido, viven para siempre en sus enseñanzas. Alguien alguna vez me dijo: “A mis abuelos les debo todo, sin ellos mis papás no hubieran nacido y yo no estaría acá”. Pensar en los abuelos nos lleva a admitir que quizás ellos tengan algún –o capaz mucho– mérito al preguntarnos y tratar de respondernos sobre quiénes somos y hasta dónde hemos llegado. Y, más aún, sobre la fe que profesamos y la manera en que la vivimos.

«Ellos han optado por el ejemplo, por enseñarnos desde el silencio de las acciones».

Creo que la pedagogía de los abuelos fue y es exitosa porque han optado por el ejemplo, por enseñarnos desde el silencio de las acciones. Por dejarse ver con el rosario entre las manos o encendiendo una vela para rezar por sus hijos y nietos sin buscar esconderse. Por aprovechar nuestra curiosidad para querer evangelizarnos «a toda costa» y lograr que nosotros nos rindiéramos ante tanto amor que por varios momentos nos descubre el verdadero sentido de la vida.

Los que ya se están marchando son los que nos enseñan a vivir. Me resulta muy difícil no pensar en los abuelos por estos días. Sus sufrimientos nos duelen en el corazón de la humanidad misma. Nos preocupan, pero sería bueno que también este sufrimiento del que estamos siendo testigos todos los días nos invitara a ocuparnos desde el cuidado y la atención. ¿Hemos sido o somos realmente buenos y sinceros con nuestros mayores, o los hemos dejado en las periferias no solo de nuestras sociedades, sino también de nuestro corazón? Una respuesta para pensar, para rezar…

Si este tiempo nos sirve para ordenarnos y devolver el valor a lo que es realmente importante, todo lo que estamos pasando habrá tenido un buen sentido. La vida en la tierra no es más que un paso, un trayecto, para crecer en el amor. Mirando el camino de los abuelos podemos vislumbrar lo que significa la entrega, el servicio, la humildad, la fe, la oración, la familia y el amor desinteresado entre sus miembros. Son algo así como una fuente inagotable de motivos para celebrar la vida y querer aprovecharla. Y, si ya no están, son los recuerdos más lindos de la infancia.

«Vislumbrar lo que significa la entrega, el servicio, la humildad, la fe, la oración, la familia y el amor desinteresado»

En las situaciones difíciles, el afecto se vuelve fuerza para no darnos por vencidos. De aquí la importancia de cuidar a nuestros abuelos en nuestras familias, pero también en nuestras sociedades. La paciencia y la escucha son actitudes fundamentales en los vínculos que tejamos con nuestros mayores. Creo que ya nos queda bastante claro que no se trata de buscar sólo nuestra felicidad todo el tiempo, sino que la plenitud se alcanza cuando también buscamos la felicidad de los demás. Aunque el ritmo egoísta del mundo nos proponga lo contrario.

Rescatemos la devoción, las tradiciones, el amor por Jesús, por María, por los Santos; cuando termine todo esto, volvamos a las misas y pidamos una misa por la abuela o el abuelo en agradecimiento por ese ejemplo de “ser todo lo que un creyente debe ser”, como dice mi amiga Magda. Vayamos a visitarlos, a mimarlos, a tomar un té o un mate. Y, mirándolos a los ojos, digámosles GRACIAS. Juntemos las manos, oremos al ángel de la guarda, aunque ya nos sintamos grandes. Ellos nos miraran siempre como si fuéramos niños. Porque en el corazón de un abuelo los nietos nunca crecen.

Pidamos a Dios por todos los abuelos del mundo, por los que están solos, por los que abonan el amor de nuestras familias con su presencia. Que este tiempo, que nos hace pensar en “cuánto amamos a los que amamos” nos enriquezca en la humanidad y nos ayude a dejar de lado la “cultura del descarte” y asumir el compromiso que nos requiere a cada uno el cuidado de la vida.


Testimonios de nietos que fueron inspiración para esta columna:
Martina, Candela, Gisela, Valentina, Loli, Laura, Silvia, Pedro, Sol, Francisca, Guadalupe, Sofía, Chofita, Manuela, Luli, Guadalupe, Cata, Emilia, Valen, Ayelen, Marian, Pachi, Facundo, Achu, Emi, Guadalupe, Memi, Santi, Ceci, Javier, Juan, Catherina, Clara, Victoria, Clari, Magda, Julia y Brixi.

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