En el servicio del sacerdote encontramos a un padre, un hermano, un amigo, un guía. El sacerdote es reflejo de Jesús que lava los pies a sus discípulos, donde sirven a cada hermano y hermana en cada momento de la vida en muy diferentes ámbitos.
Acerca del servicio que con amor y entrega los curas realizan diariamente, desde Iglesia Millennial, les compartimos el testimonio de tres padres que misionan llevando a Jesús a los hermanos más necesitados desde sus lugares: el P. Ramiro Pizzarro (62 años), capellán del Hospital de Clínicas; el P. Lorenzo “Toto” De Vedia, párroco de Ntra. Señora de Caacupé en la Villa 21-24 en Barracas; y el P. Gustavo Larumbe (46 años), párroco de Ntra. Señora del Carmen y acompañante espiritual en el mismo colegio en Villa Urquiza, CABA.
La alegría de la vocación
Cuando le preguntamos al P. Ramiro cómo vive su vocación sirviendo dentro del Hospital —en el cual lleva seis años—, dijo que “primero se trata de un regalo de Dios”: “Siempre es una alegría entrar en este santuario del dolor donde Cristo está presente de un modo especial y donde uno, como sacerdote, siempre se siente ‘útil’, porque realmente no hay que ir a ‘buscar el trabajo’, como ocurre muchas veces en las parroquias. Acá está ahí, esperándonos y nos necesita a los capellanes y a la Iglesia, porque es un todo, un equipo que trabaja, de laicos y de las religiosas, porque uno se da cuenta de la necesidad de Dios que hay”. Menciona que si bien en todos lados sucede, en el hospital esa necesidad es más palpable y habla de la importancia de una “presencia evangelizadora” en el servicio: “La presencia es fundamental para muchos que están solos, tristes o que perdieron la esperanza, o están dominados por el miedo y la angustia de poder perder la vida, la salud. Aparte hay tanta gente sola. La oportunidad de ayudar no se debe fabricar, está ahí. Simplemente hay que invocar al Señor y buscar ser su presencia misericordiosa en medio de este Cristo que sufre en el enfermo, en los familiares y también en el trabajo con el personal”.
Hay que invocar al Señor y buscar ser su presencia misericordiosa en medio de este Cristo que sufre en el enfermo, en los familiares y con el personal.
Por su parte, el P. Toto nos dice que vivir como sacerdote en la villa para él es un privilegio: “Aprendo muchísimo de la gente humilde, su religiosidad, su capacidad de hacer fiesta, su hermandad, del espíritu de progreso y de lucha, de saberse levantar de caídas y sabiéndose adaptar permanente a nuevas situaciones. No tengo una visión romántica de los vecinos del barrio, es gente humana con virtudes y defectos, pero hay un clima general que tiene mucho que ver con las páginas del Evangelio”.
El P. Gustavo, a su vez, describe que en el servicio dentro del colegio, el sacerdocio también es una especie de docencia: “Uno ve el acompañar, más que enseñar, las distintas realidades de todas las personas y en especial de los chicos que se están formando. Es parte de la esencia de la vocación de uno y la vivo con mucho entusiasmo porque me encanta y, de alguna forma, los jóvenes te exigen muchísima creatividad para poder acompañar y transmitir la Palabra de Dios, el Evangelio. Porque te ponen a prueba todo el tiempo y eso ayuda a no quedarse estancado. Entonces, en esa atención sana, estar permanentemente corriendo porque te preguntan, te exigen, compartís y te interpelan. Es parte de la esencia sacerdotal el trabajo con la juventud y la enseñanza. Recordá Cristo Maestro. Maestro no porque lo sabe todo, sino en el sentido de acompañar, el sentido más profundo de ‘maestro’”.


Respecto de su vivencia como sacerdote en el colegio, el P. Larumbe afirma que esta también pasa como párroco del “Carmen de Urquiza”: “Me encanta vivir la parroquia. Porque parte de la esencia del sacerdocio es acompañar toda la persona, en todas sus realidades, y, por eso, el sacerdote está en los momentos más alegres de la vida (como puede ser el bautismo, la Comunión, el casamiento) y también en los más tristes (como la unción de los enfermos en algunos casos terminales y el responso). Es el abanico de la vida humana que te enseñan a acompañar y eso creo que es lo que me motiva a mí y creo que es la vocación dentro de la vocación”.
El P. Ramiro afirma que su vocación dentro del Hospital la fue descubriendo desde joven: “Yo soy hijo de médico y de chico lo iba a ver a veces al hospital, y cuando era seminarista nos preguntaron dónde queríamos misionar y les dije que me gustaría hacer experiencia en hospital. En el ’86 y ’87 fuimos con otros compañeros a servir al Hospital Durand y me ayudó mucho la presencia de un sacerdote camilo —una congregación especialista en atender enfermos—. Me impactó mucho el trabajo de este sacerdote y, como cura, quise poder trabajar en algún momento en un hospital. Luego de algunos años como cura, el cardenal Bergoglio me envío de capellán al Hospital Pirovano y luego vine al Hospital de Clínicas”.
Para el P. Toto, la vocación sacerdotal dentro de la villa se fue marcando con el tiempo: “Cuando entré al seminario, no imaginé que iba a estar prácticamente consagrado a las villas. Pero ya desde mi educación cristiana, el valor de la austeridad y la sencillez estuvo en lo que me inculcaron mis viejos, en mi infancia, en mis experiencias. Entonces, con el tiempo, el sacerdocio y mi misión de Iglesia se fue inclinando hacia los lugares más humildes, a sentir un gusto por estar con la gente más pobre y acompañándolos en su vida, aprendiendo de ellos y, en ese estar con ellos, dar una mano, pero también aprender mucho”.
el llamado a ser presencia
Estar presente teniendo oídos para escuchar, principalmente, y acompañar los procesos de vida.
El acompañamiento espiritual vivido en cada ámbito tiene características propias del lugar y de la misión. El P. Ramiro afirma que la presencia es lo más importante: “Acompañar a los pacientes, a las familias en el hospital es una tarea cotidiana que requiere perseverancia, presencia. Somos presencia, hay una suerte de Sacramento de la presencia. Exige tiempo: hay que pasar a ver al enfermo, detenerse, mirarlo, escucharlo, descubrir qué le pasa. Estar atentos a la realidad. Por supuesto, si duerme, no hay que molestarlo o si uno lo nota adolorido. Con el tiempo te vas dando cuenta si no tiene ganas de hablar o que quiere comunicarse porque está muy solo. Es una tarea que tiene mucho de arte, pero, principalmente, de caridad. Pidiéndole al Señor ser esa presencia misericordiosa. También es muy lindo poder orientar o contener a las familias que muchas veces están con miedo, llenas de inquietud y de angustias. Una palabra de esperanza partiendo siempre de la Palabra de Dios”. También comparte el trabajo que se realiza con el personal de salud: “Requiere de tiempo, escucharlos. Ahora en el tiempo de pandemia, hubo que estar mucho con ellos porque estaban agostados. Los que quedaron trabajando se tuvieron que exigir muchísimo, más el temor que implicaba este virus, de contagiarse, de contagiar a sus familias, amigos. Sobre todo al principio, porque se contagió cualquier cantidad, porque no había tanto conocimiento. Por lo tanto, yo creo que son importantísimos la presencia y el tiempo dedicado para escuchar, acompañar, dar una palabra, compartir con el paciente, con la familia y el personal”.
El P. Gustavo, como el P. Pizarro, coinciden en que lo más importante es la presencia: “Primero estar, no imponer; estar a la mano porque van surgiendo problemas. Acompañar a las familias en sus procesos y dolores que vas conociendo. Estar presente teniendo oídos para escuchar, principalmente, y acompañar los procesos de vida. Porque en la edad con la que nosotros trabajamos, como todas la edades, hay conflictos, cuestiones de necesidad, de falencias humanas, de mucho sufrimiento en la vida. Entonces, acompañar desde ahí, nunca imponiendo, sino estar y estar a la mano y salir al cruce frente a las necesidades”. Destaca también que se trata de un trabajo en equipo: “Luego uno propone: está el trayecto de la catequesis, los encuentros, los retiros, los jóvenes que invitan a los grupos de los fines de semana en la parroquia. Hay muchas actividades, que junto con toda la pastoral del colegio y el equipo de orientación educativa, van acompañando con los mismos tutores que uno elige para los chicos y van saliendo estas cosas. No es una sola persona, sino todo un equipo que acompaña”.
En el caso del colegio del Carmen, el P. Gustavo cuenta que la invitación al servicio de los más jóvenes es parte de la preparación de las fiestas: “Con el equipo de pastoral, el equipo educativo y con todos los directivos se preparan las celebraciones. El colegio ayuda bastante a una comunidad de la diócesis de Merlo-Moreno, con distintas donaciones, acciones solidarias y, un día al año pre-pandemia, se iba al barrio, se llevaban las cosas y se compartía, en una misión solidaria. Luego, está lo celebrativo, que son las misas y las distintas celebraciones. Y está la parte artística, donde se viven los distintos tiempos litúrgicos y los chicos han participado con distintas expresiones artísticas, como música, pinturas y en las celebraciones litúrgicas. Se invita a los chicos para las actividades de la parroquia y se hacen cosas con los chicos en el colegio”.
La fortaleza en la misión
Los sacramentos, la compañía y el testimonio de otras personas los animan y dan valor para continuar y seguir creciendo en la misión encomendada. Sobre esto, el P. Pizarro comparte: “Lo que más fuerza me da, sin duda, son la oración y los sacramentos, porque ahí encuentro la fuerza de Cristo para poder realizar su voluntad y para no buscarme a mí mismo y no dejarme ganar a veces por la decepción, la tristeza cuando uno visita a un paciente que no le da bolilla, o algún inconveniente con un médico o enfermera, uno tiene que superar esas cosas y tratar de mantener la paz y comunicar amor en todo momento”. Destaca la fuerza de quienes pasan por el hospital: “A veces da muchísima fuerza el testimonio de los pacientes cuando llevan con gran coraje la cruz de la enfermedad. Porque como pasa en toda misión, uno evangeliza y se evangeliza, porque el enfermo, en que Cristo está presente, también nos enseña, nos educa, nos ayuda a convertirnos. Uno puede palpar la presencia de Cristo en muchísimos casos. También puede verlo en los padres, por ejemplo, de un chiquito o de un enfermo grave. Cuando uno ve una madre que sufre, descubre muchas veces la presencia de la Virgen María”.
Y agrega: “También cuando uno ve lo forzado y silencioso del trabajo de muchos enfermeros que ganan dos pesos y tienen que hacer tareas sumamente ingratas, a veces, cosas lindas y, sin embargo, no pierden las ganas de servir, de atender; o reciben las quejas de las visitas y con mucha paciencia tratan de explicar qué se puede y qué no se puede, e intentan contener la angustia y los nervios de los familiares. Son muchas cosas que fortalecen, yo diría estas tres sobre todo: la oración, pidiendo siempre a Jesús sabiendo que la misión es verdadera cuando dejamos que Él la guie; los sacramentos, que nos comunican esa vida que tanto necesitamos para triunfar sobre la muerte, sobre toda tristeza, todo egoísmo; y los mismos pacientes, pero también los testimonios del personal y de las familias que nos comunican el Evangelio con la propia vida”.
Hay mucha ayuda social que se da desde la Iglesia, pero la base de eso es la fe del pueblo.
Para el P. Gustavo, la vocación vivida por quienes trabajan en el colegio lo inspira a seguir creciendo en su misión: “Uno de los tantos testimonios es haberme encontrado con un equipo directivo de vocación en el colegio, por la educación, por la ayuda al otro, por lo humano, con un valor humano en cada uno de los miembros del equipo directivo en general; por la educación integral de la persona. Te das cuenta porque vienen más temprano de lo que tienen que venir, se van mas tarde de lo que deberían, se quedan a cualquier hora resolviendo problemas, más en esta época de pandemia. Así que si hay algo que me conmueve, me interpela y me invita a seguir adelante, es el testimonio del equipo directivo del Carmen en su conjunto porque realmente hay un amor al colegio muy grande y eso implica un amor a su gente: a la gente que viene, a las familias, a los chicos y eso se ve en obras concretas”.
El P. De Vedia comparte los testimonios de vida y cómo la fe es fundamental para los vecinos en la villa: “Uno aprende mucho de gente que vive su fe con mucho heroísmo. Hace poco enterramos a Matute, un chico que había hecho un cambio de vida, que había pasado de ser el jefe de una banda de vida marginal, de robo, de droga, etc., a ser líder positivo. Y podemos contar muchísimas anécdotas de esas, como los testimonios de madres que son madres de sus hijos y de los del pasillo, que viven como propio lo que le pasa al hijo de un vecino. Uno aprende eso: el empeño y cómo lo religioso es la base del amor, el amor cristiano. Es eso. Hay mucha ayuda social que se da desde la Iglesia, pero la base de eso es la fe del pueblo”. Y finaliza: “El testimonio de la gente nos renueva todos los días, nos da fuerza, valor, para redoblar siempre la apuesta. Soy feliz acá en la villa y da mucha felicidad compartir la vida de la gente, porque se aprende el modo de celebrar, no solo lo religioso, sino las cosas de la vida, un cumpleaños, una amistad. Eso es clave y es muy renovador”.