Con dos años como sacerdote castrense, el presbítero Santiago García del Hoyo ya tiene en su haber cuatro meses como capellán de una Misión Antártica del rompehielos Almirante Irízar. Fue una experiencia para renovar su vocación como capellán y fortalecerse espiritualmente ayudando a reconfirmar su sí como sacerdote castrense, para acompañar a los militares en su “consagración” a la Patria.

El padre Santiago relató su experiencia de haber participado de la Campaña Antártica de Verano 2020/2021. Con 126 días de misión, de diciembre de 2020 a abril de 2021, se trató de “la navegación más larga de la historia de la Armada Argentina sin bajar en un puerto”.

La tripulación a bordo (compuesta por unas 260 personas, en su mayoría miembros de la marina, pero también algunos de fuerza aérea y ejército) sacrificó las oportunidades de descanso en tierra, para mantener una misma burbuja durante toda la misión, a causa del COVID-19.

Adviento, Navidad, Cuaresma y Pascua. Las fiestas más importantes para un católico fueron vividas a bordo del Irízar, y la misión del padre Santiago fue sostener la fe de cada tripulante. Misa diaria y “misionera” en distintos puntos del barco, rosario, bendiciones y confesiones fueron la rutina diaria que le tocó ejercer. 

El objetivo de la Misión Antártica

Cada verano, la Misión Antártica tiene como objetivo hacer el relevo y el abastecimiento de las dotaciones antárticas. Es decir, hacer el cambio de turno de los soldados que han pasado el año en la base; y proveer de alimentos, materiales y armamentos para la subsistencia durante los próximos 12 meses.

«Se confiesan porque saben que es la única vez en el año que van a ver un cura»

En la Antártida Argentina, hay trece bases de las cuales seis son de invernada, porque se mantienen todo el año. En estas últimas hay capillas donde está el Santísimo, entonces la misión del capellán es consagrar y dejar hostias consagradas para todo el año. En cada base también hay un militar formado como Ministro de la Eucaristía, para celebrar la Palabra durante los domingos el año y las fiestas.

La visita a la base es muy rápida. Unas 20 horas es el tiempo aproximado que se tarda en completar la misión. La función del cura es celebrar misa, hacer la invocación religiosa, confesar, rezar por los muertos que hay en la base, bendecirla y bendecir a los que se quedan.

“Los militares son hombres de fe, entonces generalmente se confiesan porque saben que es la única vez en el año que van a ver un cura”, explica el padre Santiago, cuya misión fue “acompañar a los que se quedan, pero también a los que vuelven a insertarse en el mundo, después de 14 meses en una base antártica, alejados de todo”.

Por el clima antártico hostil —con temperaturas de hasta -45° en verano y -60° en invierno—, se trata de una misión “de alto riesgo”. Por eso, el capellán recuerda cómo cada día con el médico del barco invocaban la protección de Nuestra Señora de la Stella Maris, patrona de los marinos y navegantes.

“Gracias a mi espíritu aventurero no tuve miedo”, afirma el padre Santiago. Sin embargo, la expedición se trató de su primera experiencia navegando. El paisaje también anima a alabar a Dios: “Todo el que tiene contacto con esa creación ya no queda indiferente. Es impresionante ver hielos gigantes, montañas y ballenas, y Dios creó todo eso para que el hombre lo encuentre. Ahí muchos cambian y se replantean cosas”.

Conversiones y vocación al extremo

“Cuando estás en un cuartel, vas acompañando la vida de los miliares; pero estando en una misión de riesgo, donde el militar se pone mal porque está lejos de la familia, puede morir, no sabe cuándo vuelve, o la misión puede cambiar; ahí se ve cómo Dios obra en las almas y suscita conversiones”, relata el sacerdote.

“Las personas se replantean su vida en esa situación extrema. Confesiones hermosas de muchísimos años, conversiones, gente que quiere arreglar su vida, casarse, bautizar a los hijos. El que va a invernar, que se da cuenta de que no va a poder confesarse en todo el año, y pide un examen de consciencia para arreglar su vida”, continúa, haciendo referencia a la tarea fundamental que cumple el capellán al que le toca estar en la misión.

«La vida militar es como un sacerdocio, pero con una consagración a la Patria»

Se trata de una misión para “vivir la vocación al extremo y entregarse a ellos 24 las horas”. El sacerdote confiesa cómo ratificó su vocación de capellán y con mucho entusiasmo preparaba cada día las prédicas, y visitaba cada rincón del Irízar.

El militar debe “defender a la Patria, defender la soberanía nacional y dar la vida por la Patria”, entonces “son gente de fe porque saben que dar la vida por la Patria es algo superior. La patria viene de Dios. Es una vocación. Ellos dicen que la vida militar es como un sacerdocio, pero con una consagración a la Patria. Y esto implica una visión trascendental en la que tiene que haber fe, concluye.

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