Hay veces que nos preguntamos en nuestro camino creyente cómo podemos hacer para crecer en nuestra vida de fe, en nuestro compromiso cristiano o en nuestra espiritualidad. Sin duda que la primera respuesta que se nos viene es rezando más o dedicando más horas al servicio de la caridad. Pero existe otra dimensión muy importante, que muchas veces se nos pasa de largo, y es profundizando el contenido de nuestra fe, formándonos, es decir, estudiando lo que creemos.
La vida de fe implica conocer todo lo que Jesús nos enseña.
El Espíritu Santo que Jesús nos prometió no solo nos da vida, es nuestro defensor y abogado, nos regala la vida de Dios y su inhabitación nos diviniza, sino que también, como dice Jesús, «el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi Nombre, les enseñará todo y les recordará lo que les he dicho». (Jn 14, 25). La vida de fe implica conocer la verdad del Evangelio, todo lo que Jesús nos enseña.
Las enseñanzas de Jesús son sencillas y directas como lo son el mandamiento principal del amor, las bienaventuranzas o su testamento en el Evangelio de Mateo en el capítulo 25 acerca de que la caridad hecha al más pequeño se la hacemos al mismo Jesús. Aun así, comprender el resto de su enseñanza integralmente lleva un poquito más de esfuerzo intelectual. La misma Palabra de Dios es increíblemente rica y su redacción no es cuestión de un libro de cuentos, es por eso que se merece estudiarla para realmente poder cosechar en abundancia la riqueza que contiene.

Sin la formación cristiana intelectual nos falta una pata.
Personalmente, estudiar teología en mis años de formación sacerdotal fue un crecimiento impresionante. Nada me ayudó más en la vida de fe que estudiar en profundidad el credo, la celebración de la fe en los sacramentos, lo que realmente significa la vida moral del cristiano y qué es la misión. Aunque pasen los años y uno esté muy metido en la parroquia o en la comunidad eclesial, participe de numerosos retiros, misiones u obras de caridad o de ayuda al prójimo, sin la formación intelectual de la fe nos falta una pata.
Necesitamos conocer bien nuestra fe y lo que ella significa para no sacar conclusiones erróneas de lo que creemos o caer en modos de vivir la fe unilaterales, rigidez o laxitud en nuestra vida moral y comportamiento cristiano, oración superficial o auto-consolante, activismo excesivo sin profundidad espiritual, caminos falsos de santidad, incomprensiones de otros modos de vivir la fe, innovaciones litúrgicas innecesarias o prácticas de piedad que en el fondo tienen más de superstición que de senderos del Espíritu.
Formarnos en nuestra fe y en nuestra misión es cuestión de caridad.
También nos sucede que a veces nos piden que desempeñemos alguna función en nuestra comunidad ya sea catequista, animador de jóvenes o niños, coordinar grupos misioneros, convocar y animar reuniones, llevar la Eucaristía, asistir a los enfermos, dedicarnos a la caridad y a la atención de los más necesitados. Sin duda que la buena voluntad y la caridad puesta al servicio ya son un montón. Puede ser lo suficiente como para comenzar la tarea, pero no para perseverar en el rol si realmente lo queremos hacer competentemente. Formarnos en nuestra fe y en nuestra misión es cuestión de caridad. Por eso todo tiempo destinado a ello solo puede servir para aumentar la cosecha del Reino.


Es por eso que hoy quiero animarte a que tomes la decisión de formarte intelectualmente acerca de tu fe. Existen numerosos seminarios catequísticos, cursos bíblicos, talleres, cursos de formación espiritual, pastoral y litúrgica, profesorados en teología o ciencias sagradas, virtuales, presenciales o mixtos con diversidad de cargas horarias. Seguro a alguno de ellos puedas sumarte. Sé que a veces los tiempos no son fáciles de manejar, pero te aseguro que no te vas a arrepentir. Jesús mismo nos dijo que la verdad nos hará libres, y ciertamente así lo es. Pero es cuestión de buscarla, dedicarle tiempo y, seguramente, también implique sacrificio, pero la cosecha y la recompensa de Jesús siempre es abundante.
¡Que Dios te bendiga!