¡Ella lo ha hecho todo!

Sí, mis hermanos, ¡María lo ha hecho todo! Ella se ha comportado de la mejor manera, y todo, porque Ella es la mejor de las madres, es la Madre de Dios, la Theotokos, la que llevó a Dios dentro de sí, la que no dudó en decirle sí a Dios. Por eso, repito una vez más como lo hizo el gran padre, maestro y amigo de los jóvenes, San Juan Bosco: “Ella lo ha hecho todo”

A menudo nos encontramos con diversidad de personajes que nos inspiran solo por haber hecho cosas que en cierto sentido son totalmente extraordinarias y hasta inalcanzables para nuestra persona, la cual se limita a hacer “lo necesario” por miles de razones que en el fondo tienen un común denominador: el miedo. Es decir, ese no sé qué que nos pone al borde del abismo cuando no entendemos nada de lo que pasa. Y la imaginación —esa a la que Santa Teresa de Ávila se refiere como la loca de la casa— nos lleva y nos trae del futuro dejando como única salida un sí o un no rotundo, por el que asumimos nosotros luego las consecuencias de la decisión tomada. 

María es la creatura y el modelo perfecto de discípulo, porque en Ella “…el Señor hizo maravillas”

Ahora bien, ¿lo ordinario puede ser extraordinario? Claro, es por eso que quienes nos han antecedido en las grandes empresas y descubrimientos siempre comenzaron de cero e hicieron lo ordinario de manera extraordinaria. Así, vivieron muchas veces entre la incertidumbre y el miedo a lo desconocido, sin más equipaje que la fe en el Dios desconocido al cual rezaban los atenienses (Cf. Hechos 17, 23). La vida del hombre, en cuanto a su ser en el mundo, debe orientarse en cierta manera por el desarrollo de nuestra capacidad de asombro, principio tan conocido y, a menudo olvidado, en este siglo de grandes contrastes.

Pero, ¿no estamos hablando de María como la que lo ha hecho todo? Sí, la Inmaculada, la Madre Admirable, la Puerta del Cielo, la Virgen de Chiquinquirá, la Virgen de Luján, la Auxiliadora: “Ella lo ha hecho todo”; pues, mis hermanos, esta “herejía” que hoy escribo es la misma que le ha dado tantos santos a la Iglesia y que desde los albores del cristianismo mantiene firme la fe de quienes buscamos vivir en sintonía con Dios por medio de la única antena que se llama Evangelio, cuya plenitud no se hace presente en el mundo, sino por María.

Así, María de Nazaret lo ha hecho todo en medio de la más grande incertidumbre y parada al borde del precipicio, no encontrando más apoyo que en su fe cuando ya todo estaba perdido. En pocas palabras, María cree como ninguno creyó, María espera como ninguno esperó, María ama como ninguno amó, María es la creatura y el modelo perfecto de discípulo, porque en Ella “…el Señor hizo maravillas” (Lc 1, 49) y la escogió para verdadera Madre suya, pues Dios siempre se prepara lo mejor para sí y así nos da lo mejor de Él, ya que quiere hacernos un todo en Todo.

Por María, como por un canal, nos llegan todas las gracias

En la vida de los santos, María aparece siempre como la verdadera inspiración y modelo de santidad, precisamente porque es creatura como nosotros, porque le creyó a Dios sin reservas e igual que Él, supo darnos ejemplo en todo, hasta la cruz, no sufriendo el mismo suplicio en la totalidad del acto, sino entregándolo todo como Abraham en lo alto del monte, dándole de esta manera la prueba de amor más grande y la redención al género humano.

Por María, como por un canal nos llegan todas las gracias, en efecto, siempre la invocamos en el rosario como “Madre de gracia y de misericordia”, más aún, el arcángel Gabriel la saludó como la “Gratia Plena”. Luego, María es el prototipo perfecto de cristiano, porque se dejó cristificar y así todo lo que a Ella llega y de ella procede viene cristificado y se cristifica, respectivamente.

Cristo nos redime, Cristo nos salva, Él es “el camino, la verdad y la vida…” (Jn 14, 6). María es nuestro auxilio, es consuelo del cristiano, por la Virgen vamos siempre a Jesús, “Ella lo ha hecho todo”, y lo sigue haciendo todo, para que con Ella, por Ella y en Ella hagamos de nuestra vida una continua doxología al Dios de todo consuelo que como María nos llama constantemente a servirlo en todo momento “por Él, con Él y en Él”.

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