Es urgente. La misión en la selva de cemento es urgente. Fría, oscura, individualista, apurada, ansiosa y perturbada. La cuidad de la furia donde los hombres y las mujeres rugen en lugar de sonreír, necesita ser misionada. Violencia, desprecio, indiferencia, falta de empatía y compasión. Algunos lo tienen todo y otros duermen tirados al costado del camino. Paisaje naturalizado. Por vos, por mí. Pasar, caminar, mirar y que nada ni nadie nos detenga. No hay tiempo. En la gran ciudad no tenemos tiempo.
Sin embargo, en esta selva hace eco un llamado profundo y apremiante de evangelización. Es en la ciudad de las luces intermitentes, de los animales al volante, de las largas colas, del tránsito pesado, de las huelgas, de las marchas, en la que se vive a contra el reloj, en la que perdemos el subte, el tren o el colectivo porque no llegamos a tiempo. Es la ciudad en la que reina el ruido, mucho ruido para no escucharnos. Para no escucharnos hablar ni llorar. Mucho ruido y distracción para que no nos despertemos y sigamos dormidos en esta pesadilla sin esperanza aparente.
Pero, ¿acaso vamos a dejar que nos gane la desesperanza? Claro que no. Es acá. Es ahora. Es en esta selva de cemento donde somos enviados vos, yo, todos, como misioneros. No hace falta «irnos» para misionar. Hoy más que nunca la invitación es a quedarnos y a entender la vida como misión permanente donde sea que estemos. Debemos renovar la mirada y descubrir en la ciudad un terreno nuevo de misión donde dejar huellas de fe. Es en este terreno donde estamos llamados a «pisar fuerte» con el mensaje de amor que Dios quiere transmitir a través de nuestro testimonio diario.
Prestemos más atención. El constante pedido de limosna que nos suena en los oídos al caminar las calles de nuestra ciudad. ¿No será acaso la voz del mismo Jesús que nos llama a humanizar, a dar calor, a devolver la dignidad, a parar, a esperar, a mirarnos? Jesús no nos pide monedas. No seamos tan superficiales. Jesús nos esta llamando a dar la vida. Apaguemos las luces que nos encandilan y bajemos el volumen del ruido ensordecedor. Activemos el modo misión en las ciudades. Ellas también necesitan ser misionadas, abrazadas.
Paremos y recuperemos el sentir. Seamos valientes. Estamos inmersos en una dinámica que, sin darnos cuenta, nos está deshumanizando y enfriando el corazón. No dejemos que la ola de indiferencia de los tiempos que corren nos hipnotice. Pidamos a Dios que nos entrene en la capacidad de amar y de mirar con misericordia para poder transformar estas selvas de cemento en espacios de humanidad. Pidamos fortaleza y seamos sinceros para nunca dejar de reconocer que el que está tirado en el piso pidiendo limosna es mi hermano, es tu hermano, es nuestra familia.
Misioneros, es urgente, volver a las ciudades.
Excelente!!!
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Muy inspirador! Gracias por estas lineas!
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