Pensar en lo que la pandemia nos deja pendiente en la sociedad, la desigualdad, las injusticias que quedaron evidenciadas, y una deuda acumulada con quienes más nos necesitan, nos lleva a re-pensarnos en el «después» de esta crisis; pero no sólo en el pensamiento, sino también en el cuerpo y en el alma.
«No basta alimentar a los que tienen hambre: es necesario además, asegurar a todo hombre una vida conforme a su dignidad», decía Pablo VI, y es a la luz de esta frase tan significativa y actual, que hoy desde Iglesia Millennial queremos contarles sobre la Fundación Dignamente. Si bien el nombre ya nos anticipa algo de la misión de esta fundación, para definirla tomaremos palabras textuales de sus fundadores, Heriberto «Beto» Roccia y Sol Scheurer: “Dignamente es una obra humanitaria. Obra porque forma parte de la reconstrucción de la dignidad devastada por el hambre y la desnutrición infantil; y humanitaria porque los constructores son las mismas personas sufrientes que encuentran, aun en su humanidad frágil, esperanzas que le permiten creer y poner manos a la obra para reconstruirse ellos mismos”.

Esta fundación, con sede en Río Cuarto, Córdoba, abre sus puertas para que todo aquel que llegue pueda sentirse contenido y seguro, es un espacio pensado para todos sin distinción. “Una mamá que no cree que podrá llevar adelante su embarazo descubrirá fuerzas para lograrlo, una tía desesperada por el cuadro de desnutrición de su sobrino encontrará un oído para salir a su ayuda, una mujer víctima de violencia y con ello un ambiente adverso al desarrollo infantil de sus niños que genera retraso en sus cerebros encontrará un espacio para ser escuchada y redes de protección de sus pequeños”, nos cuenta el joven.
Si bien los objetivos que mueven el trabajo que realizan son concretos, para ellos decir que sólo lo hacen para erradicar la desnutrición infantil y el hambre en el norte argentino, sería una síntesis incompleta. Por eso, Dignamente reconstruye lo que hay detrás de estos flagelos, se trata de alguien que dice a los que están a la vera del camino: suban, bienvenidos a una vida que será transformada.
Se trata de alguien que dice a los que están a la vera del camino: suban, bienvenidos a una vida que será transformada.
Al indagar sobre cuál fue la experiencia que los movió a pensar en este proyecto, Beto nos relata que junto a Sol anhelaban ir a África, atraídos por el trabajo del sacerdote misionero Pedro Opeka, para lo cual se prepararon durante tres años para viajar. Pero algo pasó en el medio. Como parte de esa formación, tenían que ir a un lugar en Argentina con extrema vulnerabilidad social, a una comunidad con escasez de agua potable y energía eléctrica, de difícil acceso y, además, con altos índices de deserción escolar. Así fue que llegaron a Weisburd, una comunidad al este de Santiago de Estero, con distintas propuestas y dinámicas. El resultado fue un fracaso, una experiencia dolorosa -así la definen- para los pequeños, «fracaso porque no nos entendieron, llevamos globos de colores, aros, premios y no entendían las consignas simples que dábamos«.




La pregunta era qué podría estar pasando. En primer lugar, pensaron que era una cuestión cultural, pero no. Al caminar la comunidad, las maestras fueron quienes les contaron que muchos niños nacían con retraso madurativo, tenían serias dificultades para comprender consignas porque nacían con problemas de aprendizaje, el cerebro estaba dañado, a tal punto que muchos llegaban hasta 2° o 3° grado y luego debían desistir o bien mudarse a una escuela especial con currículo adaptado.
Al volver de esa experiencia, se preguntaron: ¿Cómo un niño puede nacer con capacidad hasta 2° o 3° grado? Claramente algo estaba funcionando mal. Y esto se debía a la desnutrición que habían padecido debido a la pobreza extrema en la que habían nacido y en la que aún seguían inmersos, los que no les permitía poder desarrollarse y explotar todo el potencial genético que cualquier niño debería tener. Así fue que decidieron cancelar el viaje a África para dedicar sus vidas a combatir este flagelo en esas comunidades que habían visitado.



Hoy la obra cuenta con dos programas: «Nutrir la infancia» y «Cultivemos Trabajo» con tres Centros en las localidades de Weisburd, Quimilí y Campo Gallo en Santiago del Estero, donde son atendidos más de 200 niños en estado de desnutrición. A Dignamente lo integran personas que abrazan la realidad de cada hogar para ser transformado y paralelamente lograr el crecimiento sustentable de la obra. Entre ellos especialistas en desnutrición infantil (médicos y nutricionistas), en desarrollo infantil temprano (psicopedagogas, psicólogas, fonoaudiólogas), especialistas en trabajo social y desarrollo comunitario, educadoras en salud y oficios, maestras jardineras, acompañantes familiares, contadores, abogados, comunicadores y además otros que también que hacen posible el financiamiento de la obra; desde pequeños donantes hasta empresas, gobiernos, voluntarios, universidades, instituciones educativas y la Iglesia. Sin la presencia de cada una de estas personas no sería posible llevar adelante la obra. “Creemos que aquí radica una de las bellezas más grandes de Dignamente: personas que comparten una visión de país sin hambre ni desnutrición infantil, eso nos une fuertemente”, afirman sus fundadores.
“Creemos que aquí radica una de las bellezas más grandes de Dignamente: personas que comparten una visión de país sin hambre y desnutrición infantil, eso nos une fuertemente”
Marcos Salvay, coordinador del programa «Cultivemos Trabajo», se encuentra viviendo en Weisburd, y nos compartió su experiencia de trabajar con familias en la realización de huertas comunitarias. Trabaja codo a codo con las madres, que son el pilar fundamental del buen desarrollo de los niños, articulando con instituciones, acompañando, estando cerca, tratando siempre de ser puente para que las familias puedan vivir más dignamente: «Mi trabajo es 100% promoción humana, es tener un vínculo directo con las familias, trabajar mucho en territorio, estar atento a situaciones que pueda acompañar y poder de alguna manera dar una mano a través de la intervención y lo que tenga que ver con la vulneración de los derechos de los niños y las mujeres«.
Su llegada a Dignamente tiene origen en el mismo deseo de Beto y Sol. Comenzó a formarse en misión ad-gentes, con la posibilidad de viajar. En ese proceso de discernimiento donde se encontraba en la búsqueda de dar respuesta a lo que Dios le estaba pidiendo, surgió la fundación: “Eso me permitió entender que Dios me pedía dejar mi vida en Córdoba para venir a trabajar en estas tierras”, cuenta Marcos con emoción.




Fueron armando un proyecto, contra todo pronóstico, mientras hacían experiencia y veían el potencial que tenían las familias de desarrollar todo un sistema productivo familiar en lo que tiene que ver con alimentos propios a través de acompañamiento, de capacitaciones y de articular con otras instituciones que también trabajan en el tema. Marcos menciona que «estamos trabajando para que las familias puedan dar respuestas a sus propias problemáticas, a través de la producción de alimentos para auto-consumo y armando también un sistema comercial para que las familias puedan vender el excedente del cultivo en el mercado y puedan generar ingresos«.
Los tres coinciden en que ser parte de Dignamente no sólo transforma la vida de quienes son alcanzados con este proyecto, sino que ellos son los que en primera instancia viven ese cambio. Para Marcos, “el programa es muy importante, porque hacer huertas va más allá de sembrar una semilla y esperar que germine y que crezca, sino que la huerta es encuentro, es compartir, es fortalecer vínculos familiares, es encontrarnos, es a través de eso poder trabajar otras necesidades. Que las familias te abran la puerta es para nosotros una oportunidad de transformación”.
Puedo ser testigo de que la pobreza se erradica cuando generamos vínculos. Vínculos profundos que permiten al ser humano volver a creer
Sol, desde su caminar comenta «logré encontrar en mi interior que podía diseñar una vida al servicio de los demás y animarme a emprender esa decisión. Sentirme permanentemente en camino de construcción, tanto para mí misma, como para los demás«; y por último, Beto también menciona ese antes y después de animarse a dar el paso de formar este proyecto: «Puedo ser testigo de que la pobreza se erradica cuando generamos vínculos. Vínculos profundos que permiten al ser humano volver a creer, o empezar a creer que él tiene las fuerzas para salir de la situación que le quita vida. Ser testigo no se trata de hacer cosas ‘para’ el otro sino ‘con’ el otro«.
Dignamente será una obra más amplia, complementará los Centros de Nutrición Infantil actuales con hogares, institutos educativos y espacios de producción. Pero el anhelo profundo es que Dignamente sea, independientemente de su tamaño y alcance, un espacio que inspire a otros a animarse.
