¡Alégrense! ¡Jesús resucitó!

Una nueva Pascua llegó y no podemos permanecer indiferentes ante tanto Amor. No entra en nuestra lógica tal desborde en la Cruz, tanta entrega y Pasión. Todo pareciera ser un escenario de pena y dolor. Pero no es tan así. Hay un elemento crucial en toda esta historia, que exige de nosotros un compromiso, una verdadera actitud de discípulos: la alegría.

En los relatos de la Resurrección escuchamos cómo las primeras palabras del Resucitado vienen a secar toda lágrima y a transformar la tristeza en gozo.  << ¡Alégrense! >>[1], nos grita, desde el esplendor de la vida, Jesús, el Señor.

La alegría, una verdadera actitud del discípulo

¡Alégrense! Durante la mañana del primer día fueron las mujeres a visitar el sepulcro. No esperaron mucho tiempo luego de la muerte. Ellas fueron deprisa a encontrarse con los restos de su amigo y servidor. Y ante el lugar vacío experimentaron el gran misterio: la Resurrección.

¡Alégrense! Junto a ellas celebremos el misterio más grande que tenemos los cristianos: ¡Dios encarnado murió y resucitó!

¡Alégrense! Jesús tomó nuestra condición humana, y se hizo pasar por uno de nosotros (Cf. Flp. 2, 6-11), siendo enteramente hombre y enteramente Dios, Maestro y buen Pastor, Hijo, amigo y Señor. Siendo fiel a su misión, derramó su vida en la Cruz por amor, para resucitar de entre los muertos.

Este es quizás el quiebre que nos descoloca: ante el dolor, Jesús ama. No da muchas vueltas. Claramente a nosotros, sus seguidores, su modo de obrar nos interpela exigiéndonos una profunda conversión del corazón.

Jesús ama. No da muchas vueltas.

¡Alégrense! Él no hizo alarde de su condición divina, continúa la carta de san Pablo. Más bien, todo lo contrario: sufrió el peso del dolor y las humillaciones de los verdugos y llegó incluso hasta el punto de ofrecer por amor su último suspiro. Los amó hasta el fin, a todos; incluso a quienes lo condenaron. ¡Es maravilloso cómo el amor supera todo odio y sufrimiento!…

Entonces, ¿la alegría brota desde el sufrimiento de la Cruz? ¿Cómo es posible que salga luz de tanta oscuridad? La verdad es que no se comprende; y está bien que sea así. Este Misterio Pascual no quiere de nosotros que seamos simples espectadores o intelectuales que sepan razonar lo acontecido. Dios quiere que hagamos experiencia de la Pascua dejándonos amar y amando al modo de Jesús.

¡Alégrense! Porque del madero brota vida. Y esta Verdad y Vida nos grita para que despertemos del sueño eterno. ¡La muerte no puede adormecer nuestras esperanzas e ilusiones!  Hay que ir en busca de nuestros sueños y los de Dios para dar testimonio de Vida en un mundo atravesado por los horrores de la guerra y las injusticias.

¿La alegría brota desde el sufrimiento de la Cruz?

¡Alégrense! Porque Cristo, nuestra Pascua, nos miró con misericordia ofreciéndose en la Cruz para salvarnos y llevarnos junto al Padre. Es una locura enorme comprender tanto misterio. Jesús se hizo parte de la historia, vivió junto a su Creación amada para fundirse con ella en un abrazo eterno. En este «ahora» de Dios, vayamos a dar testimonio y digamos juntos: ¡Alégrense! ¡Jesús resucitó!


[1] Cf: Mt. 28, 9 ss.

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