Hoy voy a arrancar de un modo distinto. Sí. Así de una: “Pienso que es difícil aceptar la realidad. Y, a decir verdad, ningún hombre la acepta nunca totalmente. Queremos siempre añadir un codo a nuestra estatura, de una u otra manera. Tal es el fin de la mayor parte de nuestras acciones. Aun cuando pensamos trabajar por el reino de Dios, es muchas veces eso lo que buscamos, hasta que un día tropezando con un fracaso, un fracaso profundo, no nos queda más que esta sola realidad desmesurada: Dios es. Descubrimos entonces que no hay más todopoderoso que Él, y que Él es el solo Santo, el solo Bueno. El hombre que acepta esta realidad y que se goza hasta el fondo de ella ha encontrado la paz. Dios es, y eso basta. Pase lo que pase, está Dios, el esplendor de Dios. Basta que Dios sea Dios. Solo el hombre que acepta a Dios de esta manera es capaz de aceptarse verdaderamente a sí mismo. Se hace libre de todo querer particular… Su querer se ha simplificado y, al mismo tiempo, se hace vasto y hondo como el mundo. Un simple y puro querer de Dios, que abraza todo, que acoge todo”. Esto lo dice San Francisco de Asís, en el libro Sabiduría de un Pobre.
¿Empezó siendo medio bodoque la nota, no? ¿Tal vez te dieron ganas de dejar de leerla? (Tal vez alguno lo haya hecho, ¡je!). A veces nuestra realidad es también un bodoque y no nos gusta. Queremos cancelarla. No queremos aceptarla. Pero… ¿qué ganamos? Lo que es es. No podemos cambiarlo. A futuro tal vez, pero el presente es lo que es. Solo si aceptamos, en primer lugar, vamos a poder cambiar en un segundo lugar. El problema es que, muchas veces, nos falta ese primer paso. Y se produce un colapso: ideal vs. realidad batallan duro cuando simplemente se trata de darse la mano y, desde ahí, negociar. San Francisco lo dijo mucho mejor: Dios es. Y Él permite todo lo que sucede. Todo…
Claro, podemos caer en el extremo de quedarnos con los brazos cruzados. Total… ¡Dios permite todo! ¡Se hace siempre Su voluntad! ¡Él se va a hacer cargo! Pero no es así. El hermano Tancredo se lo recrimina a Francisco de la siguiente manera: “Pero en el mundo están también la falta y el mal. No podemos dejar de verlos y en su presencia no tenemos derecho a permanecer indiferentes. Desgraciados de nosotros si, por nuestro silencio o nuestra inacción, los malos se endurecen en su malicia y triunfan”.
¿Qué responderías a esto? ¿Tiene razón Tancredo? ¿Le contestarías algo? Pensá un poco y tomate un tiempo antes de seguir leyendo.
Bueno… ¿A ver si coincidís con la respuesta de Francisco? “Es verdad; no tenemos derecho a permanecer indiferentes ante el mal y el pecado, pero tampoco debemos irritarnos y turbarnos. Nuestra turbación y nuestra irritación no pueden más que herir la caridad en nosotros mismos y en los otros. Nos es preciso aprender a ver el mal y el pecado como Dios lo ve. Eso es precisamente lo difícil, porque donde nosotros vemos naturalmente una falta a condenar y a castigar, Dios ve primeramente una miseria a socorrer”.
Esta última frase es como una piña al riñón. Quizás ya la habías leído. Si es así, ¡qué bien viene recordarla! Estamos llamados a hacer el bien, está claro. No se trata de no hacer nada, pero tampoco de salir corriendo y, en ese afán de bondad, tropezarnos o irnos de mambo. Debemos cuidar el modo. Sin irritarnos, sin turbarnos, dice Francisco. Todo proviene de esa humilde aceptación de lo que es. Dios está ahí. No en el pecado o el mal en sí mismo. Pero sí está en cada circunstancia. Y si aceptamos lo que se da, Él nos invita y nos ayuda a transformar esa realidad en el caso en que haya que hacerlo. Porque, es cierto, el límite también hay que saber fijarlo. (El mes pasado te compartí una nota sobre este tema: «Límites que sanan»).
Pensemos… ¿De qué modo vivo el presente? ¿Me quejo mucho? ¿Estoy en constante tensión entre mi ideal y la realidad? ¿Cómo vivo las situaciones adversas? ¿Cómo vivo las agradables?
Aceptar significa recibir voluntariamente lo que se da. Por lo tanto, entra en juego la voluntad, es decir, la libertad. Te dejo una última frase de un gran autor contemporáneo, Jacques Philippe, para seguir rumiando este tema: “Cuanto más dependa nuestra sensación de libertad de las circunstancias externas, mayor será la evidencia de que todavía no somos verdaderamente libres”.
¡Que este buen Dios que es el que es (cf. Ex 3,14) te bendiga en cada respiro!
Que hermosa reflexión Padre! Y cuanta verdad en sus palabras; y coincidiendo con Philippe, añadiria, que podemos creer que somos libres, siempre y cuando las circunstancias del exterior = conducida por la voluntad de Dios, más el espíritu que poseemos, nos guíen para fortalecernos en cada una de nuestras misiones.
Bendiciones!
Mirian
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